Mario Escobar - Holocausto (Misión Verne 4)

Holocausto

Saga Misin Verne IV

Mario Escobar

Todos los derechos reservados Mario Escobar Golderos

Tenemos lo necesario para ser felices y no lo somos.

Ray Bradbury

Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro.

Emily Dickinson

De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el ms asombroso es el libro; todos los dems son extensiones de su cuerpo Slo el libro es una extensin de la imaginacin y la memoria.

Jorge Lus Borges

Mientras miraba el hielo que cubra el horizonte, pens en que estaba arriesgado todo por el amor y por la libertad.

La base pareca tranquila, las casas cubiertas por lonas blancas eran casi imposibles de percibir desde el aire, pero ella haba logrado averiguar las coordenadas y despus de un viaje infernal sobrevolando por media Antrtida acompaada por medio centenar de comandos especiales del ejrcito britnico, se encontraba cara a cara con aquella puerta sur a la Tierra Hueca.

En los ltimos meses la vida no haba sido sencilla. La guerra se haba trasladado a Europa de nuevo, primero con la invasin por parte de los Aliados de Sicilia y el sur de Italia, pero sobre todo gracias a la liberacin de Francia tras el desembarco de Normanda.

El Tercer Reich se vea amenazado por la mordaza de la Unin Sovitica al Este y los Estados Unidos con sus aliados al Oeste. Mientras el poderoso imperio alemn se descompona, ella continuaba trabajando para Himmler por temor a que pudieran hacer algo a su amado profesor Arthur Macfarland, pero ahora se encontraba en medio de aquel polar continente antrtico para entrar de nuevo en la Tierra Hueca y desbaratar los planes de jefe de las SS.

A su lado, el oficial encargado de la misin le seal con la mano el campamente. Apenas se distinguan unos pocos guardas, el grueso del ejrcito alemn deba estar ya bajo tierra.

Agatha mir por los prismticos. El pozo era enorme, pero estaba disimulado con lonas cubiertas por nieve, nicamente una pequea apertura estaba al descubierto, por la que los alemanes haban instalado unas escalas.

El capitn levant la mano indicando a los francotiradores que se prepararan. Tenan que eliminar a todos los guardas a la vez y evitar que pudieran enviar algn mensaje a Berln.

Alemania pareca acabada e impotente, pero Himmler segua dando prioridad mxima a la Operacin Odessa y en los ltimos meses haba enviado algo ms de un millar de hombres y material. Agatha sospechaba que el lder de las SS pretenda reorganizarse en la Tierra Hueca y utilizar las armas de los intraterrestre para dar un giro inesperado a la guerra.

El capitn levant el brazo y media docena de proyectiles surcaron el aire helado de la Antrtida. Los soldados alemanes se derrumbaron como fichas de domin, mientras Agatha se puso a temblar, mientras imaginaba como sera introducirse de nuevo en las entraas de la Tierra.

Las calles de Oxford parecan tan inalterables como los vetustos edificios de la Universidad. Los bombardeos alemanes por alguna misteriosa razn haba respetado la ciudad y ahora eran los Aliados los que bombardeaban constantemente las capitales de Alemania.

Agatha tema por la suerte de miles de nios y mujeres que estaban sufriendo el mismo dolor irreparable que los britnicos haba experimentado al comienzo de la guerra. El ser humano nunca aprenda de sus errores y, sin proponrselo, estaba aumentando el odio hasta cuotas que llevaran a una tercera guerra mundial.

Estos oscuros pensamientos invadan la mente de la joven cuando se par delante de la casa del profesor C. S. Lewis. l era el nico que poda aconsejarle. Despus de cinco meses en Inglaterra, ya no soportaba por ms tiempo el sentimiento de culpa, al saber que estaba trabajando para el enemigo. No quera que le pasara nada malo a Arthur, pero tampoco que por su culpa, soldados inocentes pudieran morir.

Se introdujo en el hermoso jardn de la casa, rodeado por frondosos setos y se aproxim al edificio de ladrillo rojo, cubierto por enredaderas con flores. Despus se par delante de una de las ventanas blancas de cristales pequeos, para observar si haba alguien en la casa. Todo pareca en calma, como si aquel lugar fuera un templo improvisado a la sabidura de su dueo.

Llam y esper unos segundos hasta que el profesor, vestido con un desgatado batn azul le abri la puerta.

El profesor Lewis arque la ceja al contemplar en el umbral a su antigua alumna. No la vea desde haca ms de un ao, cuando ella y el profesor Arthur Macfarland fueron a casa de Tolkien para que les ayudaran a descubrir la entrada a la Tierra Hueca.

El profesor Lewis haba continuado todo aquel tiempo con sus programas radiados, sus clases de literatura y sus tertulias en el pub, sin acordarse de la misteriosa aventura de sus amigos. El tiempo pareca una larga sinfona inmutable, que no tardara mucho en llegar a su fin, pens el profesor mientras ella entraba.

Mi querida Agatha, siempre es un placer verla de nuevo. Estoy preocupado por usted, desde que recib ese misterioso mensaje. Por favor pase dijo el profesor.

La joven sinti el calor que contrastaba con el principio del otoo ingls. Despus se acerc a una de las butacas tapizadas de amarillo y rojo, con el tpico dibujo ajedrezado y respir hondo. No le gustaba mostrar su alma, aunque fuera delante de una persona tan bondadosa como el profesor Lewis.

No s por dnde empezar dijo la joven.

Tranquila, no tenemos prisa. Quiere un t bien caliente? le ofreci el profesor.

Muchas gracias.

Agatha permaneci en silencio, absorta en sus pensamientos hasta que el profesor apareci con una pequea bandeja. La tetera humeaba desprendiendo un aroma agradable, como si la joven se hubiera acercado a casa del profesor unicamente para pasar una agradable tarde de domingo. Las pastas parecan recin hechas y cuando Agatha comi la primera, se dio cuenta que llevaba casi 24 horas sin probar bocado.

Lo que tengo que comunicarles es muy grave. No s cmo me he atrevido a venir. No merezco dijo la joven sin poder evitar que las lgrimas comenzaran a brotar de sus ojos.

El profesor Lewis intent tranquilizarla, saba que algo pesaba en la conciencia de su antigua alumna y que necesitaba desprenderse de esa dura carga.

Sabe, querida Agatha, cuando aligeramos nuestra conciencia del peso que a veces soporta, vemos las cosas con ms claridad. No tema, no voy a juzgarla, todos los seres humanos, en las circunstancias adecuadas, somos capaces de los actos ms crueles o viles. Pero Dios nos mira de otra manera, no como nosotros nos vemos a nosotros mismos dijo el profesor en un tono suave.

He traicionado a mi pas. Llevo meses pasando informacin al enemigo por temor a que hagan dao a Arthur. Ya no puedo soportarlo, pero s que me vigilan y que si dejo de hacerlo, le matarn dijo la joven con la voz entrecortada.

El hombre se qued pensativo por unos momentos. No quera precipitarse en su respuesta. Ni siquiera entenda por qu le haba elegido a l para compartir aquel secreto.

Por qu me cuenta eso Agatha? Yo soy nicamente un viejo profesor de literatura, no puedo ayudarle dijo al fin Lewis.

Profesor, usted es un buen hombre. Todos en Oxford hablan de sus sabios consejos y su amor a la Verdad. Qu puedo hacer? pregunt la joven echndose a llorar de nuevo.

Tiene que elegir, Agatha. Las elecciones siempre entraan un riesgo. El profesor Arthur est en peligro, pero la guerra est casi terminada y los Aliados invaden Francia. Nadie puede garantizar que sobreviva a los continuos bombardeos o a la perfidia de sus captores dijo Lewis.

Eso es cierto. Pero hay un espa que me sigue a todas partes y temo que si descubre, que quiero hablar al MI6 de los planes de Himmler y de la Operacin Odessa, acabarn con l dijo la joven.

Tengo una idea para deshacernos de ese hombre. Despus tendr que ponerse en contacto con los Servicios Secretos de su Majestad e intentar solucionar el problema dijo Lewis.