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Pressfield - Vientos de guerra

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Pressfield Vientos de guerra

Vientos de guerra: summary, description and annotation

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Vientos de guerra — read online for free the complete book (whole text) full work

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Vientos de guerra Steven Pressfield Para Christy CON GRATITVD Por su - photo 1
Vientos de guerra
Steven Pressfield
Para Christy CON GRATITVD Por su generosa autorizacin para usar material - photo 2
Para Christy
CON GRATITVD
Por su generosa autorizacin para usar material traducido: Rex Warner y Penguin Classics por el discurso de Alcibades de la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucdides. Asimismo a Rex Warner y Penguin Classics por el parte espartano de Historia de mi tiempo de Jenofonte. Y a la memoria de John Dryden por los versos citados por Plutarco en Vidas paralelas (Alcibades). El resto de las citas son ficticias o adaptadas por el autor.
NOTA HISTRICA
Esparta y Atenas, con las victorias sobre los persas en el 490 y 480/479 a. C, que marcaron un hito, establecieron su preeminente dominio en Grecia y el Egeo: Esparta en tierra firme, Atenas en el mar.

Durante cincuenta aos, los estados mantuvieron un frgil equilibrio. Atenas inaugur durante estos aos la edad de oro de la democracia de Pericles. Se construy el Partenn, se iniciaron las representaciones de las tragedias de Esquilo, Sfocles y Eurpides; Scrates comenz su magisterio.

No obstante, en el 431, el poder de Atenas aument hasta tal punto que los estados libres de Grecia no pudieron soportarlo. Surgi la guerra: el conflicto al que Tucdides denomin el mayor de la historia, que dur, tal como haba predicho el orculo, tres veces nueve aos y acab con la capitulacin de Atenas en el 404.

Ms que ningn otro, un hombre dej su impronta, para bien o para mal, en este conflicto. ste fue Alcibades de Atenas.

Familiar de Pericles, amigo ntimo de Scrates, l fue, tal como atestiguan las fuentes de la antigedad, el hombre ms apuesto e inteligente de su poca, as como el ms disoluto. Como general, jams sufri una derrota.

SIGLO V AC
490 Los atenienses derrotan a los persas en Maratn

480 Trescientos espartanos resisten en las Termpilas

Los atenienses y sus aliados derrotan a los persas en la batalla naval de Salamina

479 Los espartanos y sus aliados derrotan a los persas en la batalla de Platea

454 Pericles instaura el imperio ateniense

431 Inicio de la guerra del Peloponeso

429 La gran peste; muerte de Pericles

415-413 Expedicin a Sicilia

410-407 Victorias de Alcibades en Helesponto 405 Victoria de Lisandro en Egosptamos

404 Rendicin de Atenas

399 Ejecucin de Scrates

los peores enemigos de Atenas no son aquellos que, como vosotros, la han perjudicado con la guerra, sino los que han obligado a sus amigos a volverse contra ella. La Atenas que yo amo no es la que es injusta conmigo ahora, sino aquella en la que pude disfrutar de mis plenos derechos como ciudadano. El pas al que ahora ataco ya no parece ser el mo; es ms bien como si estuviera intentando recuperar una patria que ha dejado de pertenecerme. Por otro lado, el hombre que ama de verdad la patria no es el que se niega a atacarla cuando se ha visto injustamente expulsado de ella, sino el que la desea hasta el punto de no ceder ante nada a fin de volver a ella.

ALcIBADEs ante la asamblea espartana, en

Historia de la guerra del Peloponeso, Tucdides

Ella [Atenas] le ama, le odia y ansa tenerle de nuevo a su lado

ARISTFANES, a propsito de Alcibades en Lasranas

Libro I
Contra polmides
I
MI ABVELo jasn
Mi abuelo Jasn, hijo de Alexicles, de la regin de Alopecia, muri, hace un ao, poco antes de la puesta del sol del decimocuarto da de boedromin, dos meses antes de cumplir los noventa y dos aos. Era el ltimo superviviente de aquel familiar y al tiempo terriblemente devoto crculo de compaeros y amigos que segua al filsofo Scrates.

El perodo en que vivi mi abuelo va desde la poca imperial de Pericles, la construccin del Partenn y el Erecten, pasando por la Gran Peste, hasta el ascenso y cada de Alcibades, durante aquella desastrosa conflagracin que dur veintisiete aos, denominada en nuestra ciudad la Guerra Espartana y conocida en toda la Magna Grecia, tal como registra el historiador Tucdides, como la Guerra del Peloponeso.

De joven, mi abuelo sirvi como oficial de la flota en Sibota, Potidea y Esciona. Posteriormente en Oriente, como comandante de trirreme y de una compaa en las batallas de la Tumba de la Loba, en Abidos (en las que perdi un ojo y la movilidad de la pierna derecha y por las cuales se le concedi el premio al valor), y en las islas Arginusas. Como ciudadano, fue el nico de la Asamblea, a excepcin de Euriptolemo y Axoco, que se enfrent a la turba enfurecida en defensa de los Diez Generales. Enterr a dos esposas y a once hijos. Sirvi a su ciudad en el cenit de su preeminencia, cuando contaba con doscientos estados tributarios, hasta el momento de la derrota en manos de sus ms despiadados enemigos. En resumen: fue un hombre que no slo presenci los acontecimientos ms significativos de la era moderna, sino que particip en ellos y conoci personalmente a muchos de sus principales artfices.

En la poca de declive de la vida de mi abuelo, cuando empez a fallarle el vigor y ya no consegua andar si no era con la ayuda de un brazo amigo, iba a visitarle a diario. Al parecer, siempre surge alguien en el seno de una familia, como atestiguan los mdicos, que se ofrece con gran disposicin y sobre el que recae el deber de socorrer a sus miembros ms ancianos y enfermos.

Para m, esto nunca fue una carga. Por un lado, tena en alta estima a mi abuelo, y por otro, me deleitaba en su compaa, con una emocin tal que a menudo rayaba en el xtasis. Era capaz de escucharle durante horas y me temo que consegu abrumarle ms que ayudarle con todas mis preguntas e importunidades.

Para m l era como una de nuestras resistentes vides ticas, asaltada temporada tras temporada por la antorcha y el hacha del invasor, abrasada por el sol veraniego, cubierta de escarcha en invierno, y a pesar de todo, indoblegable, con la resistencia extraordinaria que extrae la fuerza de lo ms profundo de la tierra para producir, a despecho de todas las privaciones o tal vez a causa de ellas, el ms dulce y meloso de los vinos Tena la viva impresin de que con su fallecimiento iba a cerrarse una era, y no slo la de la grandeza de Atenas, sino la del calibre de un hombre con el que nosotros, sus contemporneos, ya no estbamos familiarizados y cuyas cotas de virtud ni siquiera podamos soar alcanzar.

La prdida a causa del tifus de mi querido hijo, de dos aos y medio, un poco antes, por aquella misma poca, me haba alterado muchsimo. No me vea capaz de encontrar el consuelo si no era en compaa de mi abuelo. Aquel frgil asidero de los mortales a la existencia, la fugaz naturaleza de las horas pasadas bajo el sol, permaneca con toda su intensidad en mi corazn; slo a su lado pude encontrar el equilibrio en un terreno pedregoso pero al mismo tiempo ms estable.

Durante aquellas maanas tena por costumbre levantarme antes de que saliera el sol y, tras llamar a mi perro Centinela (o, mejor dicho, tras responder a su llamada), bajaba a caballo hacia el puerto por el camino de los Carros y volva por las estribaciones de las colinas hasta la propiedad de nuestra familia en el Cerro de la Encina. Las primeras horas constituan para m un blsamo. Desde lo alto del camino, vea a la tripulacin de las naves, ocupada en sus quehaceres en el puerto. Nos cruzbamos con otros ciudadanos de camino hacia sus propiedades, saludbamos a los atletas que se entrenaban en las calzadas y agitaba la mano ante los jvenes soldados de caballera que maniobraban en las colinas. En cuanto conclua mi trabajo agrcola matinal, dejaba la montura en el establo y segua a pie, con

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