John Keegan - La máscara del mando. Un estudio sobre el liderazgo (Noema) (Spanish Edition)

Ttulo:

La mscara del mando. Un estudio sobre el liderazgo

John Keegan, 1987, 2004

Edicin original en ingls: The Mask of Command. A Study of Generalship. Jonathan Cape, 1987; Pimlico, 2004

De esta edicin:

Turner Publicaciones S.L., 2015

Rafael Calvo, 42

28010 Madrid

www.turnerlibros.com

Primera edicin: mayo de 2015

De la traduccin del ingls: Jos Antonio Montano, 2015

ISBN: 978-84-16354-51-1

Diseo de la coleccin:

Enric Satu

Ilustracin de cubierta:

Enric Jard

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No est permitida la reproduccin total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisin por ningn medio o mtodo sin la autorizacin por escrito de la editorial.

A Susanne

E l presente libro se ocupa de los generales: de quines son, de qu hacen, y de cmo repercute eso que hacen en el mundo donde viven los hombres y las mujeres. Para abordar el asunto, podra recurrir a uno de los dos mtodos empleados hasta ahora: el mtodo de los rasgos y el mtodo de la conducta. El primero parte de la premisa de que el anlisis de quienes ejercen una autoridad militar nos dara como resultado una serie de rasgos o caractersticas comunes. El segundo trata de identificar los patrones de conducta que distinguen al lder de sus seguidores. El estudio de los rasgos tiene que ver con cualidades como la energa, la capacidad de decisin y la autoconfianza. El estudio de la conducta examina funciones: las del estmulo, la disuasin y la coercin.

Los dos mtodos pertenecen al mbito de las ciencias sociales, y quienes los practican viven la agona de tener que transmutar en universal y general lo que se empea en ser local y particular. Como no soy cientfico social, sino historiador, me puedo permitir la hiptesis de que el mando vare segn la poca y el lugar. Y no solo me la puedo permitir, sino que la hago ma: considero que es as, con toda la certeza que me conceden mis treinta aos de profesin. Por supuesto que percibo rasgos y conductas comunes en todos los jefes, al margen de su poca y su lugar. Pero percibo con ms fuerza an que el modo de hacer la guerra de una sociedad determinada puede ser tan distinto del de otra que los rasgos y conductas comunes de quienes la dirigen resultan menos determinantes que las diferencias relativas a los propsitos a los que sirven y a las funciones que llevan a cabo.

Un general palabra ya de por s ambigua puede ser varias cosas adems de comandante de un ejrcito, aunque esta sea ciertamente la fundamental. Puede ser rey o sacerdote: Alejandro Magno fue ambas cosas. Puede ser diplomtico: Marlborough y Eisenhower, cada uno en su estilo, destacaron por su capacidad de conciliacin, adems de como estrategas. Puede ser un hombre de pensamiento ms que de accin: Moltke el Viejo posea cualidades de carcter intelectual ms que ejecutivo. Puede ejercer el mando en nombre de la autoridad de un monarca, como en el caso de Wellington; o con la aprobacin de un parlamento democrtico, como en el de Grant. Puede ser obedecido solo en tanto que sus decisiones conduzcan a la victoria, como ocurra con los generales en los estados independientes de los Bers. Puede ser un demagogo que se haya convertido en tirano, y que por lo tanto detente la autoridad militar, como hizo Hitler hasta casi cinco minutos despus de la medianoche.

Ser un general consiste, por resumir, en mucho ms que en mandar ejrcitos en el campo de batalla. Como suele decirse, un ejrcito no es ms que una expresin de la sociedad que lo produce. Tanto sus objetivos de combate como el procedimiento para alcanzarlos estarn, pues, determinados en gran medida por lo que esa sociedad pretende de una guerra, y por hasta dnde espera que su ejrcito llegue en su cometido. Un general con fuertes rasgos de carcter y una conducta efectiva podr llevar a su sociedad y a su ejrcito ms lejos de lo que hubiesen imaginado. Pero, en ltimo extremo, tambin l se comportar como un hombre de su poca y su lugar incluso si adems de mandar gobierna, como Alejandro Magno. Cuando este comprendi en la India que su ejrcito anhelaba Grecia con ms fuerza que los territorios nuevos por conquistar, lo acept y emprendi el retorno a casa.

Unos aliados inesperados han alentado a los cientficos sociales en su ignorancia sobre las peculiaridades del liderazgo: los tericos de la estrategia. La ciencia social se concibe a s misma como una disciplina benigna, uno de cuyos objetivos es menoscabar la estrategia por medio del estudio de las causas externas de la lucha. Pero los tericos de la estrategia son tambin, de algn modo, cientficos sociales, puesto que su objetivo un objetivo reciente, ya que la teora de la estrategia en sentido estricto no surgi hasta el siglo XVIII es reducir los fenmenos caticos de la guerra a un sistema lo suficientemente limitado de elementos bsicos como para que la mente pueda conducirse con orden. Su proceso ha sido similar al de la economa. Del mismo modo que los economistas modernos se han dado cuenta de que los fines del mercantilismo que conceba el comercio como una forma gradual de conquista partan de un error de base, los estrategas modernos han llegado a la conclusin de que los mtodos y las aspiraciones de sus pioneros se fundaban en una percepcin falsa.

Paradjicamente, la economa y la estrategia se han desarrollado en sentidos opuestos. Los economistas propugnan la moderacin: segn ellos, la riqueza aumenta para todos cuando ninguno pretende tener ventaja. Los estrategas modernos ensean exactamente lo contrario: insisten en que en la guerra no hay lugar para la moderacin, de la que pareca impregnada la guerra de gabinetes y reyes. Su justificacin nica es la victoria, y esta se obtiene por procedimientos de crueldad extrema: la decisin, la concentracin, la accin ofensiva. Tales son los principios de la guerra, que le debemos al mayor terico de la estrategia, Karl von Clausewitz, que empez a publicar a comienzos del siglo XIX.

La poca fue un factor importante en la elaboracin de la teora de la estrategia. A Clausewitz se le suele presentar, al igual que a Marx, en un limbo atemporal, como si fuera simplemente la inteligencia ms poderosa que se ha ocupado del tema. Casi nunca se tiene el rigor de contextualizarlo. Pero el contexto, cuando se trata de teoras tan potentes, lo es todo. Marx pudo sostener que la propiedad de los medios de produccin determinaba las relaciones sociales en buena parte porque, cuando l lo escriba, las finanzas y la inversin eclipsaban a todas las dems fuerzas de la sociedad, al tiempo que la clase militar exhausta tras las guerras napolenicas, y desanimada por la derrota de sus intereses en Rusia en 1825 y en Francia en 1830 se encontraba con la autoestima por los suelos. Aunque est claro que el poder militar, representado en su forma ms cruda por la rapia sin escrpulos, poda dejar en evidencia a financieros e inversores en cualquier momento, con tan solo proponrselo, como demuestra la historia de las inversiones en zonas conflictivas del mundo. Tambin poda dejar en evidencia a los lderes revolucionarios que se encomendasen a la fuerza de las leyes histricas. Marx era consciente de ambas cosas en su fuero interno, y nada tema ms que el temperamento del que toma las armas por el solo placer de derramar sangre y la seleccin de la clase militar se produce en ltimo extremo por el temperamento ms que por el inters material; por ello, apremiaba a los que tenan conciencia poltica a que aprendiesen los hbitos y la disciplina de los militares, como el procedimiento ms efectivo para defender y fomentar la revolucin.