Harris - Imperium

I

Mi nombre es Tiro. Durante treinta y seis aos fui el secretario particular de Cicern, el estadista romano. Al principio fue emocionante, luego sorprendente, ms tarde arduo, y al final, sumamente peligroso. Creo que durante esos aos Cicern pas ms tiempo conmigo que con cualquier otra persona, incluida su propia familia. Fui testigo de sus reuniones privadas y el portador de sus mensajes secretos; puse por escrito sus discursos, sus cartas y su creacin literaria, incluida su poesa, un torrente tal de palabras que tuve que inventar lo que vulgarmente se llama taquigrafa, un sistema de transcripcin que hoy sigue utilizndose para dejar constancia de las deliberaciones que tienen lugar en el Senado y gracias al cual recibo una modesta pensin. Esto, junto con unos pocos legados y la generosidad de unos cuantos amigos, me basta para mantenerme en mi retiro. No necesito gran cosa. Los viejos nos alimentamos del aire, y yo ya tengo un montn de aos; casi cien, por lo que dicen.

Durante las dcadas que siguieron a la muerte de Cicern a menudo me preguntaron, casi siempre entre susurros, cmo era realmente; no obstante, mis labios se mantuvieron siempre sellados. Cmo poda saber quin era un espa del gobierno y quin no? Siempre viv con el temor a la purga. Sin embargo, dado que m vida se acaba y ya nada temo -ni siquiera la tortura, pues no durara ni un instante en manos del carnicero o sus ayudantes-, he decidido ofrecer este trabajo a modo de respuesta. Lo basar en mis recuerdos y en los documentos que me fueron confiados.

Dado que el tiempo que me resta ha de ser inevitablemente breve, me propongo escribir utilizando la taquigrafa en unas cuantas docenas de rollos del mejor papiro -charta hiertica, ni ms ni menos- que atesoro desde hace tiempo con este propsito. Ruego por anticipado que se me perdonen los posibles errores y los defectos de estilo. Tambin ruego a los dioses que me permitan terminar mi labor antes de que llegue mi propio fin. Cicern, en lo que fueron sus ltimas palabras, me pidi que contara la verdad sobre l, y en eso pondr todo mi empeo. Si el personaje no siempre aparece como paradigma de la virtud, que as sea. El poder proporciona al hombre numerosos lujos, pero un par de manos limpias es algo que rara vez se cuenta entre ellos.

Cantar acerca del poder y del hombre. Por poder entiendo el poder oficial, el poder poltico, lo que en latn se conoce como imperium, el poder sobre la vida y la muerte con el que el Estado inviste al individuo. Cientos de hombres han ambicionado ese poder, pero Cicern fue un personaje nico en la historia de la Repblica por el hecho de pretenderlo sin ms recursos que su talento. A diferencia de Metelo u Hortensio, no provena de las grandes familias de la aristocracia con favores polticos acumulados generacin tras generacin y que hacen valer en tiempo de elecciones; ningn poderoso ejrcito respaldaba su candidatura, como s fue el caso de Pompeyo y Julio Csar, y no dispona de una fortuna como la de Craso para engrasar su camino. Cuanto tena era su voz, y puso todo su esfuerzo en hacer de ella la voz ms famosa del mundo.

Tena veinticuatro aos cuando entr a su servicio; l, veintisiete. Yo no era ms que un simple esclavo de la servidumbre, nacido en la propiedad familiar situada en las colinas de Arpino; ni siquiera haba visto Roma. l era un joven abogado que padeca ataques de nervios por agotamiento y luchaba por superar sus numerosos impedimentos naturales. Pocos habran apostado a favor de sus posibilidades o las mas.

La voz de Cicern en aquel tiempo no era el temible instrumento que posteriormente devendra, sino spera y ocasionalmente propensa al tartamudeo. Creo que el problema radicaba en que tena tantas palabras dando vueltas en su cabeza que en los momentos de apuro se le encallaban en los labios, como cuando un par de ovejas, apremiadas por el rebao que las sigue, intentan pasar al mismo tiempo por la puerta del cercado. En cualquier caso, esas palabras eran a menudo demasiado complejas para su pblico. El Erudito, solan llamarlo sus inquietos oyentes, y tambin el Griego; pero ninguno de esos apodos eran un cumplido. A pesar de que nadie dudaba de su talento para la oratoria, su constitucin era demasiado enclenque para sustentar su ambicin, y el esfuerzo que para sus cuerdas vocales suponan las numerosas horas de retrica, a menudo al aire libre y sin importar la estacin ni la poca del ao, poda dejarlo ronco o afnico durante das. El insomnio crnico, y los problemas de digestin se aadan a sus flaquezas. Para expresarlo crudamente, si quera prosperar en la poltica, tal como era su firme deseo, necesitara ayuda profesional. As pues, decidi pasar un tiempo alejado de Roma, viajando, para ampliar horizontes y consultar a los principales maestros de la retrica, la mayora de los cuales vivan en Grecia o en Asia Menor.

Dado que yo era el responsable de la conservacin de la pequea biblioteca de su padre y posea conocimientos de griego, Cicern pidi si poda tomarme prestado, como alguien pedira prestado un libro, para que lo acompaara en su viaje. Mi tarea consistira en ocuparme de los trmites necesarios, alquilar el transporte, pagar a los maestros y dems, y regresar con mi seor transcurrido un ao. Pero al final, al igual que los libros que se demuestran tiles, nunca fui devuelto.

Nos encontramos en el puerto de Brindisi el da en que nos disponamos a embarcar. Eso ocurri durante el consulado de Servilio Vatia y Claudio Pulquer, en el ao setenta y cinco despus de la fundacin de Roma. Cicern no era entonces la imponente figura en la que luego se convertira y cuyos rasgos se hicieron tan populares que no poda pasear por la calle ms insignificante sin que lo reconocieran. (Qu ha sido -me pregunto- de los miles de bustos y retratos que en su da adornaron tantos hogares particulares y edificios pblicos? Es posible que todos hayan acabado hechos aicos y quemados?) El joven que acudi a los muelles aquella maana de primavera era flaco y de hombros cados; en su cuello, curiosamente largo, una nuez del tamao de un puo de un recin nacido se mova arriba y abajo cada vez que tragaba. Tena los ojos saltones, la piel cetrina y las mejillas hundidas. En pocas palabras, era la viva imagen de una persona enfermiza. Bien, Tiro -recuerdo haber pensado-, ser mejor que aproveches al mximo este viaje, porque no va a durar mucho.