Lain - Dungeons and Dragons 02 - Ciudad del fuego
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- Book:Dungeons and Dragons 02 - Ciudad del fuego
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- Year:2010
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Dungeons and Dragons 02 - Ciudad del fuego: summary, description and annotation
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Dungeons and Dragons 02 - Ciudad del fuego — read online for free the complete book (whole text) full work
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Tahrain se enjug la frente y mir fijamente la oscuridad, dirigiendo sus ojos hacia el norte. Nada ms que arena, pens amargamente; pero saba que en algn lugar, quiz a un centenar de millas, Kalpesh quemaba si es que quedaba algo para arder.
Y an as l, capitn de la guardia de la ciudad y Protector del Trono de palo, haba abandonado la defensa de Kalpesh y huido al desierto en una misin vital que pareca ms desesperada a cada hora que pasaba. Por quiz vigsima vez ese da, meti la mano morena y callosa dentro de su ligero camisote de mallas para encontrar el paquete encerado que llevaba en la parte derecha de su pecho. Mir hacia arriba y pas los ojos sobre las caras de los pocos hombres y mujeres que ahora yacan en pequeos grupos silenciosos a su alrededor. No se dieron cuenta de que sus dedos encontraban la correa de cuero y comprobaban su firme nudo.
Saliendo de su ensueo, Tahrain se gir de nuevo hacia los soldados que le quedaban.
Sus tropas ms leales, veinte de los mejores soldados de Kalpesh, le haban seguido al desierto para morir sin necesitar explicacin alguna. Slo un hombre conoca la verdadera misin de Tahrain en los yermos, y ni siquiera se trataba de un hombre segn los estndares de la gente ms civilizada. La mayora le llamaban, como mucho, "bestia", pero Tahrain lo conoca mejor. Busc a la bestia entre sus soldados exhaustos.
Los ojos del capitn encontraron a la persona que buscaban. Todos los hombres y mujeres de su compaa yacan tendidos bajo el cielo negro del desierto, esperando olvidar el hambre y la sed en el corto respiro que ofreca un sueo irregular. Todos menos l mismo, pens, y esa persona. La bestia estaba sola al otro lado del campamento, mirando hacia el norte en la noche del desierto, vestido con harapos y casi muerto por numerosas heridas. Incluso ahora, su armadura pareca estar hecha de tres juegos de diferente tamao, y su arma-una gran hacha brutal- estaba manchada y llena de muescas; pareca como si su mango se fuera partir al siguiente golpe.
Si el equipo de este soldado tena un aspecto desparejado y feo, era simplemente un reflejo del portador. De brazos largos y piel gris, l mismo pareca estar hecho de parches. Su cuerpo rehusaba juntarse del modo normal, como si sus ojos abultados y su barbilla sobresaliente quisieran escapar de los lmites de su cara. Su cabello pareca cortado con un cuchillo, y era evidente que sus brazos y piernas hinchados lo haban sido alguna vez. No llevaba botas en sus pies enormes, sino slo sandalias sujetas con cintas improvisadas.
Tahrain se levant dolorosamente y en silencio. No quera despertar a ninguno de los soldados que haba conseguido conciliar el sueo. Avanzando con cuidado entre los grupos apiados, atraves el campamento.
El hombre que se gir para mirar cmo se acercaba su capitn era un semiorco. Nacidos casi siempre de la violencia, forzados a vivir en condiciones duras y condenados a morir con ms violencia, los cuerpos de los semiorcos parecan luchar para liberar sus mitades diferentes. Esta lucha -haba odo Tahrain- normalmente se verta al mundo, haciendo que los semiorcos fueran impopulares en las tierras civilizadas. Ciertamente, cuantoTahrain trajo este a la ciudad e insisti en que lo curaran y lo criaran, hubo ms de uno que se pregunt (en privado o en voz alta): "por qu preocuparse?".
Tahrain esperaba responder pronto a esa pregunta. Krusk? susurr.
Los ojos abultados contemplaron a Tahrain. Un colmillo sobresala de la mandbula inferior del semiorco sobre su fino labio superior, plagado de cicatrices. Su cara se retorci en lo que otros podran interpretar como mueca de desagrado. El capitn saba que era una sonrisa, o lo ms parecido que Krusk poda expresar. Aunque eso no significaba que Krusk estuviera contento. l raramente estaba contento.
Se acercan -gru.
Tahrain asinti. l tambin lo haba supuesto. Maldijo con originalidad a sus perseguidores, pero slo durante un momento. Krusk esper, tan estoico como siempre, a que el capitn hablara. A cunto estn?
Ocho horas, quiz nueve -murmur Krusk con su voz profunda y grave.
Tahrain no saba cmo el semiorco adivinaba esta informacin, pero saba que era exacta.
Entre sus soldados tena a muchos exploradores -l mismo era hbil en la supervivencia al aire libre- pero Krusk tena algo ms. Si el semiorco deca que sus perseguidores estaban a un da a caballo de alcanzarles, el capitn le crea.
Tahrain sacudi la cabeza y suspir.
No lo conseguiremos, verdad?
El semiorco se qued mirndolo, despus apart la vista y se encogi de hombros.
Son dbiles -dijo finalmente.
Krusk hablaba poco y no tena demasiado tacto. El semiorco probablemente ni siquiera haba pensado que llamar "dbiles" a los mejores soldados de Kalpesh era un insulto.
Pero t no lo eres -dijo finalmente Tahrain-. Podras hacerlo? T solo?
El semiorco se encogi de hombros de nuevo. Se elevaba al menos una cabeza por encima del alto capitn, pero de algn modo el gesto hizo que Tahrain pensara en l como en un nio que tena algo que decir, algo que no iba gustar a sus padres. Qu quieres decir, Krusk? le pregunt amablemente.
Mirando fijamente hacia la oscuridad, hacia los perseguidores a los que ambos teman, Krusk cambi de postura, haciendo agujeros en la arena.
No ir -dijo despus de una larga pausa-. Me salvaste la vida.
Igual que t salvaste la ma despus -dijo Tahrain-. Si fuera un hombre que contara esas cosas estaramos empatados. Pero nosotros no hacemos ese tipo de cuentas, verdad, Krusk?
El semiorco no lo mir, y Tahrain no lo presion. Discutir con Krusk era como discutir con el viento del desierto. Volvemos a repetir la leccin?
El capitn avanz algunos pasos dificultosos en la oscuridad, alejndose del campamento, y Krusk le sigui. Tahrain camin hasta que una pequea duna qued entre ellos y el resto de soldados. Se sent pesadamente en la arena, con Krusk acuclillado ante l. Si el semiorco levantaba el cuello an poda ver a los soldados exhaustos. Haban hecho esto las seis noches pasadas, peroTahrain tema que esta iba a ser la ltima vez.
Sacando el paquete encerado del interior de su camisote de mallas, el capitn lo abri lentamente. Mostr a Krusk los papeles quebradizos de su interior y le habl de los contenidos de cada uno, e hizo que Krusk repitiera, en voz tan lenta como le era posible, todo lo que Tahrain le contaba. Krusk no saba leer, pero su memoria era perfecta. Cuanto terminaron, Tahrain se lo repiti todo. Empezaron una segunda repeticin, pero el semiorco puso una mano sobre el hombro del capitn. Slo entonces Tahrain se dio cuenta de que estaba derivando, an hablando pero casi dormido.
Necesito dormir -dijo, sacudiendo la cabeza.
Pero mientras Krusk se levantaba, Tahrain le agarr su gruesa mueca. Espera! Hay una cosa ms. Lleguemos o no al desfiladero, Krusk, esto tiene que llegar ah y ms all. Hay que evitar que caiga en las manos de los que incluso ahora queman Kalpesh buscndolo, y tiene que llegar a manos adecuadas. Ms an que la proteccin de la ciudad, la proteccin de esto ha sido mi tarea secreta y mi juramento, igual que lo antes fue de mi madre, y de su padre antes que ella. Todos los Protectores del Trono de palo juran proteger esto antes que las vidas de sus soldados e incluso la existencia de la misma ciudad.
Tahrain parpade, por un momento completamente despierto. Fij sus ojos oscuros en las pupilas desiguales del semiorco, intentando que el brbaro lo comprendiera.
Tengo miedo, Krusk tengo miedo de que mi ciudad ya haya quedado consumida por las llamas -dijo-. Pero eso no cambia nada. Aquellos que vinieron a Kalpesh lo hicieron por esto. No puedes dejar que lo cojan.
Puso el paquete en las manos de Krusk. Dando un paso atrs, el semiorco tante el paquete y despus intent devolverlo a su capitn. Un pequeo disco de oro sobresala entre los papeles y centelleaba a la luz de las estrellas. Tahrain apret las manos del semiorco entre las suyas, metiendo el disco de vuelta al paquete.
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