Ricardo de la Cierva - El fascismo y la derecha radical espa?ola
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El fascismo y la derecha radical espa?ola: summary, description and annotation
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El precursor de los fascistas espaoles es, sin duda, Ernesto Gimnez Caballero, el Gec de La Gaceta Literaria El prlogo que escribi para un libro de Curzio Malaparte, publicado el 15 de febrero de 1929 en La Gaceta, constituye el primer documento del fascismo espaol. Era hombre sencillo, nada pagado de s mismo, dotado de humor negro muy castellano, poseedor de honda sensibilidad esttica, de inagotable inquietud ante las novedades culturales y polticas de Europa y, como l mismo se define con gran acierto, resulta un nieto un nieto legtimo del 98. Su gran audacia que entonces pareca genialidad fue aplicar quirrgicamente sus categoras histrico-estticas en una direccin histrica que pareca irreversible y despus se ha revelado as se cree hoy como una va muerta. Apost todo a la carta fascista y perdi. Quem todas sus naves y tuvo despus la nobleza de no regresar, como polizn, a bordo de otra escuadra, como hicieron otros ardorosos fascistas.
En este libro se describe brevemente, pero con hondura, el panorama de la derecha radical espaola en vsperas de la llegada del Frente Popular al poder, as como los orgenes del fascismo espaol, dejando, para el siguiente volumen de la serie, el desarrollo de la Falange y sus enfrentamientos con los comunistas.
Ricardo de la Cierva
El fascismo y la derecha radical
El anticlericalismo municipal La marea negra y roja del anticlericalismo irracional no dej de crecer despus del fracaso de la Revolucin de Octubre. La explosin de odio contra la Iglesia que marc el episodio asturiano de la Revolucin mantuvo, de forma soterrada, toda su virulencia durante la larga etapa de la represin, mientras el hecho de la Revolucin, como hemos visto, cerraba en falso. Debemos continuar, ante todo, la trgica antologa del anticlericalismo que segua acechando a la Iglesia catlica despus de la Revolucin, como si aguardase la nueva oportunidad que, ya sin traba alguna, revent en la zona republicana desde el 18 de julio de 1936.
Durante la Repblica prolifer una tpica herencia progresista del siglo XIX, el anticlericalismo municipal que tantos ejemplos, no por cmicos menos significativos, aporta a la veraz historia de la Repblica espaola. Miguel Maura recuerda el famoso telegrama de abril: Proclamada la Repblica, diga qu hacemos con el cura. Durante la euforia del primer bienio, el Ayuntamiento de Huelva decide cobrar a las parroquias un impuesto especial por ruidos que grava el sonido de las campanas. El concejal Gonzlez Roldn propone el 27 de enero de 1932 que se apliquen tarifas publicitarias a las casas que exhiban imgenes en las tradicionales hornacinas. El alcalde de Cascellas (Huesca) consult por oficio al gobernador civil sobre si exista algn procedimiento legal para eliminar prroco.
Menos inocente y mucho ms coordinada era la campaa desencadenada contra la Iglesia por la prensa anticlerical que, segn datos reunidos por el jesuita Constantino Bayle, en 1936, contaba con 146 diarios. La antologa del anticlericalismo periodstico es inefable e incluso tantos aos despus cubre de vergenza al recuerdo de sus autores. Un da del que nadie excepto un grupo de oficiales africanos conoca su trascendencia, el 17 de julio de 1936, reuna el repelente semanario valenciano La Traca los resultados de una encuesta sobre el tema: Qu hara usted con la gente de sotana?. La nica respuesta moderada que podemos seleccionar para reproducirse aqu es sta: Ahorcar a los frailes con las tripas de los curas.
Pero sin apelar al florilegio de las sentinas profesionales, he aqu muestras de la prensa diaria de la que caba esperar, si no mayor responsabilidad, al menos mejor gusto:
Basta recordar ahora, con la rpida reproduccin de varios textos cogidos al azar entre millares, que el odio haba sido tenazmente atizado antes del conflicto. El Liberal, de Madrid, ya el 30 de mayo de 1931 llamaba al Papa negrero de todos los pueblos esclavos, judo de nacimiento, campen del carlismo, hijo legtimo de una juda holandesa, etc.; Mundo Obrero calificaba a Su Santidad en el nmero de 5 de junio de el general de los envenenadores del pueblo.
Del semanario republicano Eco del Pueblo, que se publicaba por aquellas fechas en Albacete, son estos versos tan burdos, escritos a raz de la quema de conventos:
Obispos, curas y frailesno os metis en jaleos,porque podran arderhasta los mismos manteos. Si estudiamos con cierta aproximacin las caractersticas de la ACNP, este grupo de autnticos hombres de la Iglesia, podremos apreciar inmediatamente varios rasgos comunes y significativos. Todos son jvenes, incluso muy jvenes; todos han realizado estudios brillantsimos y empiezan a conquistar un puesto profesional relevante; su dedicacin al servicio de la Iglesia es entusiasta, desinteresada y profunda. No solamente son militantes, son grandes y ejemplares catlicos. La Iglesia deposit en ellos tanta confianza que sus nombres se barajaban en todos los frentes: en los gobiernos y las actividades polticas, en las directivas de las asociaciones de apostolado, en las columnas de El Debate, en los organismos supremos de la nunca revitalizada Accin Catlica Espaola. A ellos hay que atribuir en gran parte el mrito de equipo que hizo posible la espectacular vuelta de las derechas a una Repblica que inicialmente las haba barrido; si los frutos de su obra no llegaron a cuajar, ello se debe a que el tiempo trabajaba contra ellos lo mismo que contra los republicanos y les aventara como a los republicanos tras el estallido de la Guerra Civil. Pero hay que notar adems alguna otra caracterstica de conjunto para este grupo porque sus componentes, de forma ms o menos aislada, estaban destinados a ejercer notable influjo en los destinos de Espaa.
Los militantes, cuya lista de honor acabamos de referir, eran en su inmensa mayora monrquicos; provenan de capas sociales acomodadas e incluso muy acomodadas; su preocupacin social era, salvo excepciones, puramente nominal y negativista; aceptaban las directrices vaticanas identificando de forma absoluta al Vaticano con la Iglesia y lo que es ms grave sin efectuar una elaboracin personal, responsable y crtica, de esas directrices.
Lo mismo que sus criterios morales y en esto eran perfectos catlicos de su tiempo descansaban en una tica impuesta preceptivamente, sus criterios polticos, sociales y eclesisticos eran criterios que adems de preferentemente defensivos y negativos eran algo peor: imposiciones del exterior, nunca asimiladas de forma convincente. Ms an, esos criterios contribuan bastante al confusionismo, ya que no slo yuxtaponan, sino que identificaban los temas polticos con los temas religiosos y los temas eclesisticos. La obediencia acrtica ignaciana, transmitida a sus discpulos ms selectos por los jesuitas que dirigan las agrupaciones de militantes, converta a stos en dciles instrumentos, pero no les capacitaba para la crtica ni menos para la autocrtica. Mal conoce los procedimientos vaticanos y jesuticos quien cree que las consignas de Roma se transmitan a los militantes catlicos espaoles de forma tajante y bajo el formalismo de rdenes de operaciones. No. Esas consignas llegaban a los militantes por medio de conversaciones, casi siempre sin intermediarios, entre la Nunciatura y ngel Herrera, quien a su vez las comunicaba a los diversos equipos polticos, Accin Catlica, etc.
La Iglesia se contentaba con marcar las grandes directrices estratgicas, apuntaladas con oportunas observaciones y consejos. La aplicacin tctica quedaba reservada a los militantes, cada uno en su esfera de responsabilidad. El sistema funcionaba con tanta eficacia que incluso los polticos catlicos pensaban a veces que operaban con autntica independencia; por lo que se deduce de sus recientes Memorias, don Jos Mara Gil Robles lo segua pensando treinta aos largos ms tarde. Pero no era as. La sustitucin de un bagaje poltico y estratgico propio por la fidelidad a la sinuosa poltica vaticana era un grave suceso destinado a profundas consecuencias para el futuro de Espaa.
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