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Walter de la Mare - Memorias de una enana

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Memorias de una enana: summary, description and annotation

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Memorias de una enana — read online for free the complete book (whole text) full work

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Walter de la Mare

Memorias de una enana

El ojo sin prpado - 19

Ttulo original: Memoirs of a Midget

Walter de la Mare, 1921

Traduccin: Mara Luisa Balseiro

Diseo de cubierta: Jacobo Siruela

Editor digital: Titivilius

Cubierta: Montaje a partir de una fotografa de Lewis Carrol

Retoque de portada: Piolin

ePub base r1.2

A LA MEMORIA DE MI MADRE

Hay en Egipto un animal salvaje llamado orix, del cual dicen los egipcios que se pone de cara a Procin cuando despunta, lo mira con anhelo, y a su manera, estornudando, manifiesta una especie de adoracin

PHILEMON HOLLAND

Habis visto alguna vez una alondra enjaulada? As est el alma en el cuerpo: este mundo es como su praderilla de hierba; y el cielo que nos cubre, al igual que su espejo, no nos brinda sino un msero conocimiento de lo pequea que es nuestra prisin

JOHN WEBSTER

No los provoquis, seor, con palabras tentadoras; los cielos son piadosos

THOMAS KYD

INTRODUCCIN

E l lector de las Memorias siguientes tiene derecho, creo, a algunas observaciones introductorias y explicativas. Las propias Memorias pondrn de manifiesto de qu modo conoc a la seorita M. Tambin aluden, aqu y all, al pequeo papel que pude desempear para resolver lo que fue una coyuntura crtica en sus asuntos, y asegurarle la independencia que le permiti vivir con la intimidad que tanto estimaba, sin angustiarse por su sustento. Es claro que en aquel entonces me consider un intermediario lento. Yo no me haba percatado de cun extrema era su necesidad. Pero al cabo vino a tener una visin demasiado generosa de aquellos servicios insignificantes, servicios que fueron tambin generosamente recompensados, ya que me depararon la oportunidad de verla con frecuencia, y de llegar a ser as tal es, al menos, mi confianza uno de sus amigos ms devotos.

Uno de los deberes que me correspondieron como nico albacea, cumplidos que fueron ciertos trmites legales poco corrientes, fue el examen de sus cartas y papeles. Entre stos estaban sus Memorias, que encontr lacradas, con la escrupulosa pulcritud que era en ella habitual, en numerosos paquetitos cuadrados de papel de envolver, y cuidadosamente guardadas en un armario de su antigua nursery . Las acompaaba una carta dirigida a m.

La letra de la seorita M. era an ms diminuta de lo que naturalmente, aunque quiz injustificadamente, se habra podido esperar. Eso solo habra hecho difcil para los ojos de un anciano descifrar el manuscrito, que por aadidura apareca casi inextricablemente interlineado, revisado y corregido. Desde luego, para esta pequea mujer de letras la composicin literaria no era un camino de rosas. Entregu, pues, los paquetitos a un mecangrafo de confianza, y, bajo mi direccin, se hizo una copia completa y fiel de su contenido.

Luego de considerar atentamente la cuestin, y de disimular los nombres de ciertas personas y lugares de modo que nadie pudiera sentirse herido (hasta la seora de Percy Maudlen, por ejemplo, si algn da hojease estas pginas, se podra ruborizar sin ser reconocida!), conclu que, aunque nada me obligaba absolutamente a ocuparme de la publicacin de las Memorias, tales haban sido, sin duda, la intencin y el deseo de la seorita M. Al mismo tiempo, y por anlogas razones, decid que no se publicaran antes de mi muerte. En consecuencia, he dejado las instrucciones pertinentes. Aqu, pues, empiezan y terminan mis deberes como editor. Nada ha sido alterado; nada ha sido suprimido.

Ni aun si esa tarea entrara entre mis competencias me aventurara a hacer una estimacin crtica de la obra de la seorita M. Yo no soy escritor, y como lector he preferido siempre que se me permita estudiar a mis autores y gozar de ellos con un mnimo de injerencias externas. La lectura de las Memorias me ha procurado el ms hondo placer. Eso no obsta a que las personas de talante severo desdeen quiz como bagatelas las lucubraciones de una liliputiense; y sin duda lo improbable sera lo contrario un juicio ms experimentado que el mo descubrir en ellas muchas faltas, tosquedades e inconsistencias, aunque ciertos pequeos prejuicios de la seorita M. acaso no sean tan fciles de detectar. Sean cualesquiera sus mritos o imperfecciones, yo me dara por contento con que las pginas siguientes resultasen tan interesantes para otros lectores, por pocos que sean, como lo han sido para m.

Mis propios prejuicios, lo confieso, me inclinan en favor de la seorita M. Es ms, ella misma me aseguraba, en esa carta acompaante ya aludida, que lo que realmente la anim a escribir fue un comentario mo casual, ste en concreto: La verdad acerca de la cosa ms pequea por ejemplo sobre Usted, seorita M.! puede ser una candela cuyo rayo de luz nos alumbre un atisbo de la verdad acerca de todo. Yo no conservo recuerdo de la ocasin, ni de este modesto apotegma. De hecho, slo con la mayor repugnancia habra colaborado a embarcar a mi pequea amiga en su gigantesco trabajo. El caso es que ella tena una notable aptitud para recoger retazos de la conversacin de los de talla corriente como recoge la abeja una gota de nctar, y transformarlos en su miel particular.

Igualmente caracterstico es que durante todo el tiempo en que estuvo escribiendo (y hay ms que suficientes indicios en su manuscrito de que, ya fuera por fatiga, por falta de apetencia o por desesperacin, a veces dejaba pasar semanas enteras sin tocarlo) jams hiciera la ms mnima alusin al asunto. Los escritores, segn tengo entendido (si puedo aducir como autoridad al Disraeli mayor), raramente se muestran tan reservados sobre sus actividades. De forma no menos caracterstica, la carta que me diriga estaba fechada un 14 de febrero. Sus Memorias eran un regalo de san Valentn.

Gotitas de agua [1] mi querido sir Walter, escriba, ya conoce usted el resto. De todos modos, si me hubiera sido concedida una nica chispa de talento, cuntas penalidades infinitas me habra ahorrado! Y eso que lo que aqu est se refiere tan slo a mis primeros tiempos, y principalmente a un ao largo. Podra haber seguido escribiendo casi ad infinitum . Pero no lo hice, porque tem cansarnos a los dos de m. Los aos que han seguido a mi mayora de edad han sido exteriormente grises; y tengo para m que los pensamientos de otros no son tan interesantes como sus experiencias. Hay mucho que perdonar en lo que he escrito: la tosquedad, la falta de naturalidad, la vanidad, la necedad. Ahora soy ms vieja; pero soy ms sabia, o slo menos joven?

Tal como est, pues, le dejo mi historia a usted y para usted Una y otra vez, meditando sobre las escenas de mi memoria, me he preguntado: Qu ser la vida? Qu significa? Cul era mi verdadero rumbo? Dnde estaba mi brjula? Cuntas veces, tambin, no habr especulado vanamente sobre cul fuera la diferencia interior que realmente acarrease ser un humano de mis dimensiones! Qu es, en el fondo, en el fondo del todo, lo que separa al Hombre del Liliputiense? Usted quiz lo descubra, aunque yo no llegue nunca a descubrirlo. Porque, en definitiva, las cuentas de la vida todas se ensartan en un nico hilo, por sueltas y dispersas que parezcan.

He intentado no decir otra cosa que la verdad sobre m. Pero soy consciente de que no puede ser la verdad ntegra. Pues, hallndome en esa ocupacin (lo mismo que cuando nos asomamos a un espejo a la luz de la luna), a veces hubo algo que sac la cabeza de alguna guarida o nicho secreto dentro de m, y luego se esfum. Imaginemos, pues, mi querido sir W., que mi narracin le convenza de que durante todos estos aos ha estado usted, sin saberlo, amparando con su amistad no a una mujer, ni casi a un ser humano, sino a un SPID! Qu dolor, qu dolor! En fin, treinta y tres son los ingredientes (ingredimentes los llamaba yo cuando era nia) de ese antdoto soberano que es la Triaca Veneciana. Esparza un gramo sobre mi tumba, y ahuyente as mi in-fi-ni-te-si-mal a-pa-ri-cin!

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