Delibes - Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso
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- Book:Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso
- Author:
- Publisher:Destino
- Genre:
- Year:1993
- City:Barcelona
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Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso: summary, description and annotation
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Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso — read online for free the complete book (whole text) full work
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voluptuoso
los propios defectos hay que aadir, como
formando bloque con ella, ese otro hbito de
denunciar en los caracteres de los dems defectos
anlogos a los nuestros.
MARCEL PROUST
Muy seora ma:
Por puro azar tropec ayer con su mensaje en La CorrespondenciaSentimental cuando aguardaba turno en la antesala del doctor. Yo solamente hojeaba la revista por encima pero, al transitar por la pgina que inserta su minuta, algo tir de m, se dira que aquellas lneas estaban imantadas, cobraron de repente relieve y movimiento, de modo que no pude sustraerme a su llamada. La le. Le su minuta varias veces como si aquellas sencillas palabras rescataran una segunda, profunda, arcana intencin. Y ahora, de regreso a casa, sin prisas, antes de encender el televisor, me he decidido a escribirle estas letras.
Ante m tengo su mensaje, lacnico pero expresivo. He incurrido en una pequea fechora que nunca me cre capaz de cometer: he arrancado la pgina de la revista que lo insertaba. Han sido unos instantes tensos, durante los cuales me he sentido tan innoble como si estuviese cometiendo un crimen. Y, bien mirado, algo de crimen hay en este acto mo de mutilar una publicacin y reducir as el eco de su llamada, restarle la parte de resonancia que caba esperar del ejemplar del que yo, mediante malas artes, me he incautado. Dejando al margen esta indignidad, el efecto de su mensaje fue instantneo; yo no dud un segundo de que aquellas palabras me estuvieran destinadas.Por qu?
No es sencillo explicarle esto. Su nota (referencia n 921) que tengo aqu, ante mis ojos, dice as: Seora viuda, de Sevilla, cincuenta y seis aos, aire juvenil, buena salud. Cincuenta y tres kilos de peso y un metro sesenta de estatura. Aficionada a msica y viajes. Discreta cocinera. Con caballeros de hasta sesenta y cinco aos, similares caractersticas. Bien mirado, nada de particular pero, como le digo, aquella nota, entre tantas, reclam mi atencin, me hechiz, hasta el extremo de no leer ninguna ms. De modo que all me qued, inmvil, sentado en la silla, junto a la puerta, la mirada fija en aquellos renglones, cuya tipografa, en cursivas del 8, en nada se diferenciaba de la de los dems; tampoco, en rigor, los conceptos que, ms o menos, con variaciones de edad, sexo, estatura o residencia, eran los mismos y, sin embargo, algo haba en ellos que tiraba de m, que me induca a sentirme su destinatario. La alusin al atractivo aire juvenil de usted? La proporcionada figura que se deduce de su estatura y peso? Su buena salud? La seguridad en s misma que se desprende de la redaccin de la minuta o, tal vez, el orden en que usted enumera sus dotes personales elevndose de lo ms trivial a lo ms noble, para terminar subrayando su don culinario como dando a entender que la msica, cuando proceda, no le impide volar ms a ras de tierra y encerrarse en la cocina a frer unas patatas?
Soy un convencido de que uno de los sntomas ms obvios de la decadencia de Occidente reside en el progresivo desdn por la cocina. A las muchachas de hoy no es infrecuente escucharlas que ellas no pierden el tiempo cocinando. Cree usted, seora, que el tiempo que se emplea en la cocina es tiempo perdido? La cocina, hasta hace poco, ha sido uno de los pilares culturales que an respetbamos pero de unos aos a esta parte qu degradacin, seora ma! La sustitucin de la cocina econmica por el gas y la electricidad, las parrillas del alcohol, la olla a presin, qu nefastos inventos! Y, por si fuera poco, la ceba artificial del ganado, el enlatado, la congelacin Pero lo grave del caso es que todo esto se nos presenta como un avance, como una conquista, cuando, en realidad, la salazn de carnes y pescados es un recurso tan viejo como el mundo. Dnde estriba la novedad?, pregunto yo, dnde el progreso?
Mi difunta hermana Elona, que gloria haya, veinte aos mayor que yo, guisaba primorosamente, pero a la antigua. Nunca utiliz otro procedimiento que la cocina econmica. Mediante la lea y el carbn y una sabia manipulacin del tiro, consegua el punto de los alimentos. se era todo su secreto. Y no se piense usted, seora, que en nuestra casa se condimentaran selectos manjares, porque lo que hace de la cocina un arte es precisamente lo contrario, halagar el paladar con lo sencillo, darle un punto requerido a lo cotidiano: un cocido castellano, unas sopas o unas lentejas. Qu cocidos preparaba mi difunta hermana Elona!
El jueves pasado, en casa de mi fiel amigo Baldomero Cervio, compaero del peridico, me obsequiaron con un cocido y no voy a decirle a usted que estuviera malo pero all faltaba algo esencial y sabe usted qu era?: el relleno. Concibe usted, seora, un cocido castellano sin relleno? A mi entender, el relleno es la quintaesencia del cocido, el cocido mismo. Un relleno esponjoso, tierno, sabroso, empapado de la sustancia del guiso, es lo que nos da la medida de este plato. Otro error, muy frecuente en este punto: sustituir el repollo por coliflor. Costumbres, dir usted, pero eso no es un argumento; yo creo que hay que resistir contra estos atentados, los sucedneos no deben prevalecer, no podemos permitirlo. En la cocina, no es lcito saltarse a la torera la tradicin como no es lcito prescindir del punto. Ambos son indispensables; sin ellos no hay cocina. Admitira usted, seora, una paella del interior sin chorizo ni pimientos morrones?
Pensar usted, a la vista de lo escrito, que su corresponsal es un glotn insaciable, un ser que solamente piensa en comer, cuando a mi la comida me agrada con mesura y discrecin. Aborrezco a los tragones, quiz por despecho, porque desde joven tuve un estmago delicado, tal vez porque mi profesin no haya sido la ms indicada para gozar de los placeres gastronmicos. Desde nio fui sobrio para comer, pero como hombre de paladar me gustan los alimentos sazonados y en su punto.
A pesar de todo, rechazo que fuese su alusin a la cocina lo que me sedujo de su nota en La Correspondencia Sentimental. Posiblemente lo que me sedujo no estaba escrito all, era, digamos, un valor entendido. Entre lneas, vacilando entre la seguridad y la indecisin, usted vena a proclamar que necesitaba una voz amiga. Seguramente fue esto lo que me conmovi. El hecho es que me hallaba solo en la antesala del doctor y resolv arrancar la pgina de La Correspondencia. Qu momento tan peliagudo! Nunca he tomado nada ajeno y mutilar una publicacin, aunque se trate de un diario, me produce al mismo tiempo repugnancia y rubor. Caba haber anotado en mi agenda su nmero de referencia y la direccin de la revista pero no se me ocurri. Digo verdad? Es cierto que no se me ocurri o tal vez imagin que llevndome aquella pgina hacia mo algo de usted, me apropiaba del aquel SOS lanzado al azar? Imposible responderle. No puedo afirmar ni negar con certeza ninguno de los dos extremos. Soy hombre irresoluto y, a veces, pienso con amargura que me morir sin conocerme. Sabe usted en todo momento a qu obedecen sus decisiones? Nunca se dej arrastrar por las circunstancias? Jams acta por intuicin, indignacin o temor?
Yo estaba sentado, como le digo, junto a la puerta, oyendo el runrn de la voz del doctor del otro lado del tabique, y, en el momento de arrancar la pgina, me asalt el temor de que pudiese presentarse la enfermera de improviso. Haba cogido la hoja por la parte superior, abarquillada bajo la palma de la mano, sintiendo el suave tacto de su superficie, y no me faltaba ms que tirar, rasgarla por la lnea de grapas, plegarla y guardarla en el bolsillo. La cosa era bien simple. No obstante me sent incapaz. Mis dedos se paralizaron, quedaron flccidos, como sin fuerza, mientras mis ojos se volvan hacia el picaporte. Qu hubiese pensado la enfermera si me sorprende en este trance? No estaban aquellas publicaciones sobre la mesa para solaz de los pacientes, y yo, con mi actitud incivil, estaba truncando su objetivo? Escuch. Aparte del runrn de la voz del doctor del otro lado del tabique, no se oa nada, el silencio, y, entonces, me decid, tir de la hoja y la arranqu, con tal premura y turbacin que desgarr parte de la hoja opuesta. Qu amargos momentos, amiga ma! All me vera usted doblarla apresuradamente y ocultarla, con un movimiento desmanotado, en el bolsillo de la cartera. Durante cinco minutos estuve sintiendo los rudos golpes de mi corazn hasta que me calm, pero cuando, al poco rato, se present la enfermera, los golpes se reanudaron, en tanto yo miraba la revista que acababa de mutilar con aprensin, como si la portada fuera transparente, y aquella muchacha pudiera darse cuenta del desaguisado de un vistazo.
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