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Alfonso Reyes - Visi?n de An?huac y otros ensayos

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Alfonso Reyes

Visin de Anhuac y otros ensayos

Ttulo original: Visin de Anhuac y otros ensayos

Alfonso Reyes, 1983

Editor digital: IbnKhaldun

ePub base r1.2

Los textos de este libro proceden de las Obras completas de Alfonso Reyes (21 vols.), publicadas por el Fondo de Cultura Econmica. Visin de Anhuac, vol. II (pp. 9-34); Fray Servando Teresa de Mier, vol. III (pp. 433-442); Apuntes sobre Valle-Incln, vol. IV (pp. 276-286); Rubn Daro en Mxico, vol. IV (pp. 301-315); Ruiz de Alarcn y el teatro francs, vol. IV (pp. 413-423); Trnsito de Amado Nervo, vol. VIII (pp. 9-49); Pasado inmediato, vol. XII (pp. 182-216); Nuestra lengua, vol. XXI (pp. 406-418), Palinodia del polvo, vol. XII (pp 61-64).

Visin de Anhuac

[1519]

I

Viajero: has llegado a la regin ms transparente del aire.

EN LA era de los descubrimientos, aparecen libros llenos de noticias extraordinarias y amenas narraciones geogrficas. La historia, obligada a descubrir nuevos mundos, se desborda del cauce clsico, y entonces el hecho poltico cede el puesto a los discursos etnogrficos y a la pintura de civilizaciones. Los historiadores del siglo XVI fijan el carcter de las tierras recin halladas, tal como ste apareca a los ojos de Europa: acentuado por la sorpresa, exagerado a veces. El diligente Giovanni Battista Ramusio publica su peregrina recopilacin Delle navigationi et viaggi en Venecia y el ao de 1550. Consta la obra de tres volmenes in-folio, que luego fueron reimpresos aisladamente, y est ilustrada con profusin y encanto. De su utilidad no puede dudarse: los cronistas de Indias del seiscientos (Sols al menos) leyeron todava alguna carta de Corts en las traducciones italianas que ella contiene.

En sus estampas, finas y candorosas, segn la elegancia del tiempo, se aprecia la progresiva conquista de los litorales; barcos diminutos se deslizan por una raya que cruza el mar; en pleno ocano, se retuerce, como cuerno de cazador, un monstruo marino, y en el ngulo irradia picos una fabulosa estrella nutica. Desde el seno de la nube esquemtica, sopla un Eolo mofletudo, indicando el rumbo de los vientos constante cuidado de los hijos de Ulises. Vense pasos de la vida africana, bajo la tradicional palmera y junto al cono pajizo de la choza, siempre humeante; hombres y fieras de otros climas, minuciosos panoramas, plantas exticas y soadas islas. Y en las costas de la Nueva Francia, grupos de naturales entregados a los usos de la caza y la pesquera, al baile o a la edificacin de ciudades. Una imaginacin como la de Stevenson, capaz de soar La isla del tesoro ante una cartografa infantil, hubiera tramado, sobre las estampas del Ramusio, mil y un regocijos para nuestros das nublados.

Finalmente, las estampas describen la vegetacin de Anhuac. Detnganse aqu nuestros ojos: he aqu un nuevo arte de naturaleza.

La mazorca de Ceres y el pltano paradisaco, las pulpas frutales llenas de una miel desconocida; pero, sobre todo, las plantas tpicas: la biznaga mexicana imagen del tmido puercoespn, el maguey (del cual se nos dice que sorbe sus jugos a la roca), el maguey que se abre a flor de tierra, lanzando a los aires su plumero; los rganos paralelos, unidos como las caas de la flauta y tiles para sealar la linde; los discos del nopal semejanza del candelabro, conjugados en una superposicin necesaria, grata a los ojos: todo ello nos aparece como una flora emblemtica, y todo como concebido para blasonar un escudo. En los agudos contornos de la estampa, fruto y hoja, tallo y raz, son caras abstractas, sin color que turbe su nitidez.

Esas plantas protegidas de pas nos anuncian que aquella naturaleza no es, como la del sur o las costas, abundante en jugos y vahos nutritivos. La tierra de Anhuac apenas reviste feracidad a la vecindad de los lagos. Pero, a travs de los siglos, el hombre conseguir desecar sus aguas, trabajando como castor; y los colonos devastarn los bosques que rodean la morada humana, devolviendo al valle su carcter propio y terrible: En la tierra salitrosa y hostil, destacadas profundamente, erizan sus garfios las garras vegetales, defendindose de la seca.

Abarca la desecacin del valle desde el ao de 1449 hasta el ao de 1900. Tres razas han trabajado en ella, y casi tres civilizaciones que poco hay de comn entre el organismo virreinal y la prodigiosa ficcin poltica que nos dio treinta aos de paz augusta. Tres regmenes monrquicos, divididos por parntesis de anarqua, son aqu ejemplo de cmo crece y se corrige la obra del Estado, ante las mismas amenazas de la naturaleza y la misma tierra que cavar. De Netzahualcyotl al segundo Luis de Velasco, y de ste a Porfirio Daz, parece correr la consigna de secar la tierra. Nuestro siglo nos encontr todava echando la ltima palada y abriendo la ltima zanja.

Es la desecacin de los lagos como un pequeo drama con sus hroes y su fondo escnico. Ruiz de Alarcn lo haba presentido vagamente en su comedia de El semejante a s mismo. A la vista de numeroso cortejo, presidido por Virrey y Arzobispo, se abren las esclusas: las inmensas aguas entran cabalgando por los tajos. se, el escenario. Y el enredo, las intrigas de Alonso Arias y los dictmenes adversos de Adrin Boot, el holands suficiente; hasta que las rejas de la prisin se cierran tras Enrico Martn, que alza su nivel con mano segura.

Semejante al espritu de sus desastres, el agua vengativa espiaba de cerca a la ciudad; turbaba los sueos de aquel pueblo gracioso y cruel, barriendo sus piedras florecidas; acechaba, con ojo azul, sus torres valientes.

Cuando los creadores del desierto acaban su obra, irrumpe el espanto social.

El viajero americano est condenado a que los europeos le pregunten si hay en Amrica muchos rboles. Les sorprenderamos hablndoles de una Castilla americana ms alta que la de ellos, ms armoniosa, menos agria seguramente (por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montaas), donde el aire brilla como espejo y se goza de un otoo perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascticos: el valle de Mxico, ms bien pensamientos fciles y sobrios. Lo que una gana en lo trgico, la otra en plstica rotundidad.

Nuestra naturaleza tiene dos aspectos opuestos. Uno, la cantada selva virgen de Amrica, apenas merece describirse. Tema obligado de admiracin en el Viejo Mundo, ella inspira los entusiasmos verbales de Chateaubriand. Horno genitor donde las energas parecen gastarse con abandonada generosidad, donde nuestro nimo naufraga en emanaciones embriagadoras, es exaltacin de la vida a la vez que imagen de la anarqua vital: los chorros de verdura por las rampas de la montaa; los nudos ciegos de las lianas; toldos de platanares; sombra engaadora de rboles que adormecen y roban las fuerzas de pensar; bochornosa vegetacin; largo y voluptuoso torpor, al zumbido de los insectos. Los gritos de los papagayos, el trueno de las cascadas, los ojos de las fieras, le dard empoisonn du sauvage ! En estos derroches de fuegos y sueo poesa de hamaca y de abanico nos superan seguramente otras regiones meridionales.

Lo nuestro, lo de Anhuac, es cosa mejor y ms tnica. Al menos, para los que gusten de tener a toda hora alerta la voluntad y el pensamiento claro. La visin ms propia de nuestra naturaleza est en las regiones de la mesa central: all la vegetacin arisca y herldica, el paisaje organizado, la atmsfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan compensndolo la armona general del dibujo; el ter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual; y, en fin, para de una vez decirlo en las palabras del modesto y sensible fray Manuel de Navarrete:

una luz resplandeciente

que hace brillar la cara de los cielos.

Ya lo observaba un grande viajero, que ha sancionado con su nombre el orgullo de la Nueva Espaa; un hombre clsico y universal como los que criaba el Renacimiento, y que resucit en su siglo la antigua manera de adquirir la sabidura viajando, y el hbito de escribir nicamente sobre recuerdos y meditaciones de la propia vida: en su Ensayo poltico, el barn de Humboldt notaba la extraa reverberacin de los rayos solares en la masa montaosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica.

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