Frank J. Sheed - Un mapa de tu vida (Cuadernos Palabra) (Spanish Edition)

Coleccin: Cuadernos Palabra

3 edicin revisada, diciembre 2012

Frank J. Sheed, 1980

Ediciones Palabra, S.A., 2012

Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (Espaa)

Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39

www.palabra.es

Diseo de cubierta: Ral Ostos

Fotografa de portada: Istockphoto

ISBN eBook: 978-84-9840-799-0

ePub: CrearLibrosDigitales

Todos los derechos reservados.

No est permitida la reproduccin total o parcial de este libro, ni su tratamiento informtico, ni la transmisin de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrnico, mecnico, por fotocopia, por registro u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

Quien hace un viaje por un pas extranjero, habitualmente saca unas impresiones muy vivas acerca de cosas concretas, pero una impresin muy general del conjunto del pas visitado. Recuerda tal montaa, tal ro, tal pueblo, pero en su mente no est clara la relacin que esas cosas guardan entre s ni cmo se entrecruzan las carreteras de las que solo tiene una idea vaga; al terminar el viaje, un mapa del pas en su conjunto ofrece, muchas veces, grandes sorpresas y, en todo caso, brinda una visin totalmente nueva. De manera parecida, quien viaja a travs de .la vida adquiere unas impresiones vividas a veces extremadamente vividas de las cosas que han pasado al alcance de su mano, impresiones confusas de las cosas que ha visto a una cierta distancia o que ha conocido de odas, pero no tiene una idea precisa del panorama completo de la vida. En su mente conserva una serie de datos que no guardan relacin entre s: Dios, pecado, ir a la iglesia, enfermedad, sacramentos, sufrimiento, traicin de los amigos, hostilidad, muerte y miedo a la muerte, dinero y prdida del dinero, Dios hecho hombre... y la lista es inacabable. No sabe con certeza cules de estas cosas son grandes y cules son pequeas: las cosas que ha tenido ms cercanas le parecern grandes y las cosas ms alejadas le parecern pequeas.

Tendr una impresin muy confusa e incierta de cmo estas cosas se relacionan entre s, cmo una cosa es compatible o est en contradiccin con otra, quiz por las asperezas de la vida. De hecho, ocurre con frecuencia que el hombre que se limita a vivir, que no reflexiona, que no tiene formacin, ni siquiera sospecha que todas estas cosas se relacionan entre s, solo piensa que son accidentes sin ninguna razn de ser, salvo que han ocurrido, y sin ninguna conexin mutua, salvo que unas han llegado antes y otras han llegado despus.

A causa de este confusionismo, me he propuesto trazar lo que, de una manera amplia, se podra llamar una panormica de la vida, como un plano a escala en el cual los principales accidentes naturales aparezcan con su debida proporcin y en el que estn marcadas las carreteras que los relacionan. Este mapa no se deber a mi pincel, como fruto de mi experiencia de la vida. Tampoco se deber al pincel de ningn hombre. Ser una transcripcin de lo que Dios, Autor de la vida, ha revelado acerca de lo que ese conjunto de cosas significa y de las relaciones que todas las partes guardan con el todo.

No ser una demostracin. Los mapas no demuestran nada, simplemente lo muestran. Solo hay dos razones para fiarse de un mapa: la primera es la autoridad del cartgrafo que lo ha hecho, la segunda es la propia experiencia, cuando uno ya ha recorrido las carreteras con su ayuda. En la prctica, la segunda razn tiene normalmente menos utilidad, pues necesitamos estar seguros de que podemos fiarnos del mapa antes de emprender el viaje. Por consiguiente, un mapa debe ser aceptado o rechazado segn la confianza que el cartgrafo que lo ha hecho nos merece. En nuestro caso, afortunadamente, el cartgrafo es Dios. En este propsito de trazar una panormica de la vida, no intentaremos demostrar la verdad de lo que vamos a decir, simplemente indicaremos, de acuerdo con la Iglesia que l ha fundado, lo que Dios ha dicho.

Para un observador imparcial, el hombre es algo curioso. Vive en dos mundos a la vez, no como un ser que pertenece a un mundo y se ha infiltrado en el otro, sino como un ser que pertenece esencialmente a los dos. Dios, que es el nico Ser que existe por Su propio derecho, que es sapientsimo y todopoderoso, que existe sin ninguna sombra de limitacin, cre todas las cosas. Cuando consideramos los seres que Dios ha creado, encontramos dos grandes categoras: espritu y materia.

Espritu es ser que tiene la facultad de conocer y querer. Materia es ser que no tiene estas facultades. Hay una distincin ms obvia pero menos importante: la materia puede ser percibida por los sentidos; el espritu, no.

Entre las criaturas de Dios, hay algunas que son puros espritus ngeles sin ninguna parte material. Hay otras que son pura materia animales, plantas, piedras, etc. sin ninguna parte espiritual. El hombre est a medio camino. Solo en l, espritu y materia estn unidos: por su alma, el hombre es un espritu de la misma forma que los ngeles lo son; por su cuerpo, el hombre forma parte del universo material.

Y, como ya se ha dicho, pertenece, por su misma esencia, a ambos mundos. No es simplemente un espritu que est, momentneamente, atado a un cuerpo. Por su misma naturaleza, es una unin de alma y cuerpo.

El alma humana no es un ingrediente ms esencial en el compuesto humano que lo es el cuerpo; pero el alma es el ingrediente ms importante. En primer lugar, porque el alma es el principio de vida en el cuerpo: permanece con el cuerpo, mientras el cuerpo es capaz de ser animado por el alma: y cuando el cuerpo se corrompe el alma contina en la existencia. En segundo lugar, porque el alma conoce y quiere , es decir, posee las facultades de entendimiento y voluntad por las cuales puede relacionarse consciente y determinadamente con todo aquello que es.

Este es el ser que llamamos hombre. Es la vida, en cuanto concierne al hombre, lo que nos interesa en este mapa.

Entenderemos mejor este mapa, si comprendemos su necesidad universal. Un hombre puede decir que el problema de si existe una Revelacin divina acerca del sentido de la vida humana, es simplemente una cuestin acadmica que interesa solamente a aquellos a los que les gusta encontrarse todo hecho y se refugian cmodamente en la voz de la Revelacin.

Pues bien, debemos hacer ver a este hombre que el hecho de aceptar la revelacin divina sobre el sentido de la vida humana es de capital importancia si se quiere vivir no ya santa, sino incluso sanamente; que solamente los que creen en dicha revelacin pueden planear correctamente sus propias vidas y ayudar al prjimo; que aquellos que no la aceptan, aun obrando con la mejor intencin, se ven incapaces tanto de dirigir adecuadamente sus propias vidas como de ayudar a los dems salvo de manera accidental y dentro de un campo muy limitado. Poco puede esperar el mundo y mucho tiene que temer de hombres como este. En sus manos se est yendo a pique.

La razn de la incompetencia que aqueja a estos hombres en sus relaciones consigo mismos y con los dems viene dada por su absoluto desconocimiento de lo que es el hombre.

Nunca se llega a saber realmente qu es una cosa hasta que se sabe para qu sirve. Asimismo, saber de qu est hecha o, incluso, quin la ha hecho no supone ms que un exiguo conocimiento incapaz de dar fruto por s mismo. El conocimiento pleno exige el conocimiento de la finalidad. Un ejemplo, un tanto tosco quiz, podra servirnos para hacer ms evidente an esta verdad ya de por s bastante obvia: Imaginmonos un hombre que no se ha afeitado nunca. Supongamos que un da encuentra una cuchilla de afeitar. No sabe lo que es, pero ve que corta y la emplea para cortar madera. No ha cortado ms de cuatro astillas cuando ya la ha echado a perder y tiene que tirarla a la basura. Pues bien, lo que le ha pasado es simplemente que la ha utilizado desconociendo su finalidad. A no ser por un accidente fortuito, cualquier uso que de ella pudiera haber hecho, habra resultado siempre inadecuado. Por lo tanto, y, de acuerdo con la proposicin general de que no puede emplearse nada correctamente hasta que se conoce su finalidad, el hombre que utiliza no importa qu cosa careciendo de dicho conocimiento est obrando ciegamente. Pudiera tener buena intencin, pero nunca la buena intencin sustituir al conocimiento.