Juan Gómez-Jurado - La historia secreta del señor White
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- Book:La historia secreta del señor White
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- Year:2015
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La historia secreta del señor White: summary, description and annotation
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La historia secreta del señor White — read online for free the complete book (whole text) full work
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EL PACIENTE.
Aqu se desvelan detalles
que podran afectar
al disfrute de la lectura.
EL ORIGEN
DEL SEOR WHITE
Juan Gmez-Jurado
Marzo, 1985
Nueva York
La limusina se detuvo frente al 1075 de Park Avenue. El portero abandon la proteccin del toldo verde y abri la puerta del pasajero con una sonrisa.
Buenas tardes. Lo ha pasado bien en el parque?
El nio descendi del vehculo sin responder, y se encamin hacia el interior. Sus zapatos italianos de suela de madera seguan perfectamente lustrados y brillantes. Por ms que su niera, mademoiselle Bencourt le rogase que se pusiese un calzado ms cmodo para salir a jugar, el nio se negaba. Insista en que mientras los zapatos no se estropeasen, l poda vestir como se le antojase.
No es que la familia del nio tuviese problemas econmicos. Su padre era el consejero delegado de uno de los bancos de inversin ms importantes de Wall Street, y su madre posea ms del treinta por ciento de las acciones de ese banco. l haba sido criado para convertirse en un tiburn de las finanzas, ella una mujer despiadada que viva por y para el negocio familiar. Su matrimonio haba sido decretado antes de que ambos abandonasen el jardn de infancia, durante una cena con quince platos en los que se haba discutido hasta el ltimo detalle de la fusin de ambos apellidos. La realeza de Long Island, los amos del universo, no entiende de sutilezas ni deja nada al azar.
El nio haba sido la consecuencia lgica de aquella unin. Un heredero concebido para dirigir un imperio que no paraba de crecer. La fortuna de sus padres se haba multiplicado por tres desde su nacimiento, y llegara a diez veces esa cifra antes de que l alcanzase la mayora de edad.
Tan pronto como el nio desapareci de su vista, la sonrisa del portero se desvaneci. Aquel muchacho le pona los pelos de punta. Mantuvo la puerta abierta para que la niera descendiese del coche, y se toc ligeramente la gorra de plato, en un gesto mecnico. Las normas del edificio no exigan que se saludase al servicio, tan solo a los inquilinos, pero la niera le inspiraba mucha lstima. Todo el da detrs de aquel monstruo inexpresivo. El portero llevaba casi dos dcadas en su puesto, y haba abierto las puertas de pomos dorados a alcaldes, senadores, magnates e incluso a un presidente de los Estados Unidos. Conoca bien a los ricos y poderosos. En su mayor parte eran maleducados, vanidosos y egostas. Incluso los que fingan amabilidad lo hacan nicamente por ellos mismos. Pero nunca en toda su vida se haba encontrado con alguien como aquel nio, alguien con aquella frialdad innata. Jams sonrea, pero detrs de sus ojos no haba tristeza, como en muchos de los hijos de los millonarios que estaban condenados a crecer solos. Detrs de aquellos dos crculos azules no haba absolutamente nada.
Se pregunt qu demonios buscara el puetero cro en el stano. En ms de una ocasin le haba visto escabullndose por las escaleras de mantenimiento. Una vez haba esperado a que subiese, y le haba afeado su conducta. El cro le haba escuchado atentamente, y al terminar le mir sin pestaear.
No s de qu me habla, Jerry. Yo jams he bajado al stano.
Acabo de verle hacerlo. No lo niegue.
No, Jerry. Eso no ha pasado. Y si usted dice lo contrario, le contar a mis padres que me oblig a bajar con usted y que me toc por dentro de los pantalones -dijo, dndose la vuelta y yendo sin ms hacia el ascensor.
El portero se haba quedado boquiabierto y le dej marchar sin ms. Valoraba demasiado su empleo como para hablarle a sus padres o a la niera de aquella conversacin. No dudaba que el nio cumplira su amenaza. Y aunque no lo hiciese, no sera el primer empleado del 1075 de Park Avenue que perda su puesto por meterse donde nadie le llamaba.
Que se las arreglasen sus padres como pudiesen con el monstruito.
El nio lleg al cuarto de juegos y se descalz y quit los calcetines, como siempre. Le gustaba sentir el tacto de la madera sobre la piel, aunque la niera insistiese en lo contrario. No comprenda en absoluto por qu aquella mujer, cuya inteligencia era limitada, intentaba llenar su vida de normas que no tenan ningn sentido para l. Haba aprendido a comportarse como los dems esperaban que se comportase mientras estuviesen mirndole. El resto del tiempo, l se rega por sus propias normas.
Por suerte, pasaba mucho tiempo a solas. La niera deba darle obligatoriamente una clase de francs todas las tardes, pero el nio le haba pedido que le entregase por anticipado una lista de palabras y giros que pretenda ensearle. Cuando comenzaba la clase, el nio recitaba a la perfeccin la leccin de ese da en pocos minutos, y luego peda educadamente permiso para ir a jugar a su cuarto. Mademoiselle Bencourt no poda negarse.
Se acerc a uno de los arcones donde guardaba todos sus muecos de G.I. Joe . Normalmente no jugaba demasiado con ellos, eran regalos que sus padres le entregaban regularmente. Cada diez o doce das su padre o su madre -nunca ambos a la vez, estaban demasiado ocupados para estar juntos, y mucho menos con l- le entregaban uno de aquellos soldados envueltos en el papel rojo de FAO Schwarz. l los extraa del blister, los colocaba en el arcn y se olvidaba de ellos. Prefera leer, sentado a lo indio, en una esquina bajo la ventana, o armar los puzzles que le compraba mademoiselle Bencourt. Tan pronto el puzzle estaba terminado, lo deshaca y lo arrojaba a la basura, para desesperacin de su niera.
No hagas eso! No prefieres conservarlo?
No entiendo qu sentido tiene un puzzle que ya est resuelto responda l.
Pero aquel da no le apeteca leer ni resolver un puzzle.
Lo que haba ocurrido en el parque lo haba cambiado todo.
Fue sacando los muecos uno a uno y alinendolos en suelo, siguiendo el dibujo de la alfombra. Haba cincuenta y cuatro, todos ellos con sus vehculos y sus accesorios. Pero no sac ni una sola de las diminutas armas de plstico del arcn. Se limit a hacerles formar en fila ante l, desarmados, indefensos.
Despus tom el primero de ellos, un ninja vestido completamente de blanco. Aquella figura le intrigaba muchsimo. No era en absoluto lgico que un ninja llevase un uniforme de aquel color tan visible. Tal vez si el ninja slo actuase en la nieve, podra entenderlo. Pero en los dibujos de televisin haba visto que el ninja siempre atacaba a los protagonistas de la serie en entornos donde aquel traje era una desventaja. Despus de aquello no volvi a ver la serie nunca. No soportaba que le tomasen por idiota.
Hola, Sombra le dijo. Vas a ayudarme a comprobar una cosa.
Levant el mueco, gir su brazo izquierdo veintin puntos de articulacin! para colocarlo recto, y despus presion con todas sus fuerzas hasta partirlo a la altura del codo.
Lo mir fijamente. El rostro del ninja permaneca inalterado. Sus ojos, lo nico que permita distinguir el embozo blanco que llevaba el mueco, no haban cambiado de posicin.
El nio mir dentro de s mismo. Su reaccin era idntica.
Cogi el siguiente mueco y repiti la operacin.
Nada.
Volvi a hacerlo, una y otra vez, hasta que los cincuenta y cuatro soldados estuvieron formando frente a l, lisiados e inexpresivos, con sus cincuenta y cuatro brazos izquierdos doblados en un ngulo antinatural.
El nio se senta exactamente igual que se haba sentido hace un par de horas en el parque, cuando la nia se haba cado del tobogn. Haba aterrizado muy mal, y su brazo izquierdo se haba partido. La punta del hueso haba asomado envuelta en sangre, y todos los nios que estaban mirando en ese momento haban hecho el mismo gesto de dolor, se haban llevado la mano al lugar exacto en el que la nia se haba lastimado.
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