Crnicas de amores extraos y amantes descontrolados
Alexander Astoria
INDICE
UN HOMBRE BUENO
La tragedia de un hombre es morir pordentro, mientras an vive.
Albert Schweitzer
Soy un hombre bueno.
Todos me conocen como persona sencilla, portador de un corazn recubierto de humildad. Espritu que de la deslealtad del amigo no guarda memoria.
Me precio de ser un trabajador incansable que, para sobrevivir, hace malabares con el salario y que, cual mago de feria, saca conejos de optimismo del sombrero de copas de las incertidumbres.
Cada segundo he padecido como propia la miseria del dolor ajeno. Cada minuto trato de extirpar de mi alma cualquier atisbo de intemperancia. Primero entregara la existencia antes que causar dao.
Empero, vivimos tiempos tempestuosos en los que el amor se utiliza como carnada, el dinero es rey de reyes y la explotacin del prjimo es la mala entraa que rige los destinos del mundo. La escala de valores se deteriora con inexorable celeridad en este planeta cado.
No quedamos muchos hombres buenos.
Formulo estas precisiones porque hoy, en un da de cambios trascendentales para mi rutina existencial, un afable enemigo trastorn mi vida de manera inusual.
Despus de haber desempeado labores de excelencia en la empresa donde trabaj por casi dos dcadas, fui despedido sin contemplaciones.
La carta que me entreg el gerente de recursos humanos, mencionaba que deban prescindir de mis servicios debido a que la corporacin confrontaba serias dificultades econmicas.
Como contable, yo saba que las finanzas corporativas no eran el motivo. La verdadera razn era Amanda.
Cuando me enter que ella, la secretaria de mi jefe, era a la misma vez su amante, ya era tarde.
Me enamor de Amanda fascinado por su sonrisa conquistadora, sus ojos brujos y su caminar garboso, pero principalmente porque la percib como a la mujer sincera y de corazn limpio que haba estado buscando a lo largo de toda mi existencia. A mis cuarenta aos haba encontrado por fin a mi alma gemela. Ella era quince aos menor que yo, pero eso no me import. Pens que nuestro amor era puro y que yo era el nico hombre en su vida.
Cun equivocado estaba.
Haba entregado mi corazn a una vbora traidora que, cuando intuy que estaba a punto de ser descubierta por su amante, me acus de hostigador sexual. Entre la chequera del jefe y mi amor puro, prefiri conservar la inagotable fuente de ingresos que representaba su relacin con el dueo de la empresa.
Con el pecho rebosante de amarguras, con los pies quejndose porque no queran moverse hacia la puerta de salida, me fui de all envuelto en una mortaja de desengao. Empobrecida la cuenta de banco, envejecidas las carnes, encallada la fe en los bajos de la desesperanza.
Como eplogo de la partida definitiva del que haba sido mi lugar de trabajo por tantos aos, Peter Ortiz, un compaero de labores, me invit a tomar un par de copas en un concurrido pub de moda, ubicado en la Avenida Las Mercedes.
Ortiz comparta responsabilidades conmigo en el departamento de contabilidad. Yo saba que l lanzaba miradas lujuriosas al paso de Amanda, pero le acept la invitacin porque en esos momentos desdichados me aferraba a cualquier acto de solidaridad.
No estaba seguro si Ortiz era un amigo deseoso de levantarme el nimo o si se trataba de un canalla a quien le complaca verme buceando en el ocano de la derrota.
Nos sentamos en la barra del pub mientras la voz de Yordano Di Marzo, comenzaba a desgranar las notas de Manantial del Corazn a travs de los altavoces. En la boca un sabor amargo me recuerda, las mentiras que dijimos, en los cuentos que cremos.
Luego de trasegar dos martinis, establec con claridad que el pretendido amigo era cultor de la falsedad, pues percib un brillo mate de regocijo en sus pupilas.
Despus de degustar el tercer martini, con semblante de estudiado donaire y en talante de afectuosa complicidad, Ortiz coloc en mi mano derecha una pistola Beretta, calibre nueve milmetros.
Mencion, con hablar tartajoso por el alcohol, que se trataba de un nuevo juguete que haba adquirido recin para sus prcticas en el polgono de tiro, aunque yo comprend que era tan slo un artefacto que utilizaba para posar de macho delante de sus amistades.
El cargador estaba rebosante de futuros tronchados, con su gravamen de proyectiles genocidas listos para cumplir con su encomienda letal.
Jams haba tenido en mis manos un arma.
Como pacifista que soy, rechazo con todas las fuerzas de mi corazn considerar la posibilidad de herir a un semejante. He sido opositor inveterado de actos de violencia en cualquiera de sus formas. El slo hecho de leer las crnicas rojas en los diarios, se me hace motivo para enfermar de pesadumbre.
No obstante, tan pronto mi piel entr en contacto con la pistola, un remolino de sangre se pos como ave de mal agero delante de mis ojos. Sent que mis clulas se fundan con aquel metal despiadado, fro monstruo de indignidades, vil instrumento de muerte.
Una energa oscura, hasta entonces desconocida, corri por mis venas como ro crecido. Puse mi dedo ndice en el gatillo, en el mismo estado de uncin que experimentara una bailarina clsica al acariciar su delicado traje. Supe que al fin haba encontrado mi codiciada verdad.
Ya no volvera a soportarle a nadie la ms mnima injuria.
Me puse de pie y apunt el siniestro can, directo al entrecejo de mi afectuoso detractor, cuyo rostro tom el blancuzco color mortecino de los cadveres a medio enterrar.
Con ademanes de emperador en funciones, dirig entonces la mira del arma hacia la multitud que pululaba en el bar y que con desorbitados ojos de splica observaba con impotencia cmo, dentro de pocos segundos, uno de ellos caera vctima de las iras vengadoras de quien alguna vez fue un hombre bueno.
Un buche de odio pugnaba por salir de mi garganta. Un lamento, un quejido visceral emergi de mi pecho: Arrodllense delante de m, hijos de puta!, mascull con voz ronca, con dientes apretados, con apocamiento casi virginal.
Los aguijonazos de autoridad que me confera el instrumento de muerte que se haba fundido con mi mano, agrietaron el dique de adrenalina represado en mi alma, abriendo de sbito las compuertas del poder absoluto sobre el mundo y los que en el habitan.
Con furia comenc a expectorar mi dominio sobre principados y potestades. Soy el rey de los demonios! Voy a matar al maldito que me desobedezca!, grit desorbitado en tono demencial, a la enmudecida turba encabezada por aquel malnacido que tena la desfachatez de hacerse llamar amigo.
Por un infinito de segundos, en mi mente estuvo ausente la duda. La pistola me otorg el poder alqumico de transmutar lo profano en sagrado.
En esa indescriptiblemente bella fraccin de tiempo, fui Jess, Lucifer, santo, enemigo de las almas, iluminado, Belceb y Buda.
Mientras viva, atesorar ese chispazo de luz que proporcion a mi desabrida existencia una vibracin de dios viviente, de hombre superior, de verdugo de imbciles.
El arma comenz a temblar en mi mano, como poseda por una fuerza extraa, ajena a mi voluntad.
Entonces, tom la decisin trascendental que no cambiara mi vida.
Ante los ojos estupefactos de mis serviles lacayos fui bajando la pistola hasta dejarla caer al piso, con la torpeza que toda la vida ha caracterizado mis actos.
Acompaado por la voz de Yordano; me tiro a la calle a caminar esta tristeza, quiero perderla entre la gente, atravesando soledades, sal a la Avenida Las Mercedes donde un torrencial aguacero comenzaba a envolver a Caracas en un vaho de abatimiento.
Respir profundo, volv a ser el infeliz hombre bueno que siempre he sido y me alej de all, arrastrando los pies en direccin hacia el ocano de la derrota.