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Captulo 1
Un alma incomunicada
Aquel fue el da ms negro de mi vida.
Me encontraba sentado en una celda de la prisin londinense de Wormwood Scrubs, el segundo da de una condena de doce meses de crcel.
No era la primera vez que estaba en la crcel. Cuatro aos antes, haba cumplido una condena de seis meses. En ambos casos me haban encarcelado por publicar material que se consider incitaba al odio racial: delito de odio, segn la Ley de Relaciones Raciales. Yo era dirigente del Frente Nacional, una organizacin que defiende la supremaca blanca y pide la expulsin forzosa del Reino Unido de las personas que no sean de raza blanca. Tambin era el editor de Bulldog, el peridico del Joven Frente Nacional, y lo que publiqu en este peridico fue el motivo de mis dos condenas de crcel. Haba, no obstante, una gran diferencia entre el fantico de veinte aos que haba ido a la crcel cuatro aos antes y el desolado joven de veinticuatro aos que se encontraba entonces sentado en una celda solitaria, a menos de dos semanas de la Navidad de 1985.
En enero de 1982 le haba gritado desafiante al juez que me haba condenado, advirtindole que llegara el da en el que l mismo se tendra que enfrentar al juicio del pueblo britnico, mientras dos guardias de la prisin me sacaban a rastras del juzgado. En aquel tiempo yo era un fantico idealista y me consideraba preso poltico del tirnico Estado antibritnico. Mi primera estancia en prisin la vi como un acto de inmolacin voluntaria por la causa de la liberacin racial. Me somet a un riguroso rgimen de ejercicio fsico, utilizando la cama de mi celda como improvisado aparato de gimnasio que me sirvi de bench press para mejorar mi forma. Me vea como un soldado y preso poltico que tena que salir de la crcel en mejor forma fsica y mental, para volver a la lucha con energas renovadas. A escondidas, en la soledad de mi celda, escrib mi primer libro, un fino volumen titulado Lucha por la libertad, que consegu sacar de la crcel cuando cumpl mi condena, ocultando las hojas escritas a mano en los sobres de las cartas que haba recibido. Estaba en guerra con la sociedad multirracial britnica, y trabajaba incansablemente para que doblara la cerviz, incitando a una guerra racial en la que el Frente Nacional resurgira de las cenizas, como el ave fnix. Esa era la estrategia que animaba mis acciones y que me haba llevado a la crcel.
Sin embargo, haban sucedido muchas cosas en los cuatro aos transcurridos, y la persona que iniciaba esa segunda condena en diciembre de 1985 era alguien muy distinto. Al contemplar con desesperacin el insondable abismo temporal que representaban los doce meses siguientes, fue como si me adentrara en un tnel de cuyo final no se vea la luz. No lo saba, pero estaba entrando en la noche oscura del alma de la que habla san Juan de la Cruz. Y tampoco saba que aquel preciso da, el 14 de diciembre, era la fiesta de san Juan de la Cruz, ni que haba escrito su famoso poema sobre la noche oscura del alma mientras l mismo sufra tambin prisin, aunque, en su caso, por una causa mucho ms noble. Tampoco saba que san Juan de la Cruz haba acabado de escribir su famoso tratado sobre la noche oscura del alma en 1585, haca exactamente cuatrocientos aos. Por aquel entonces, yo no haba odo hablar de este gran poeta religioso que, pocos aos despus, sera uno de mis principales guas en el tramo final de mi camino hacia la recepcin en la Iglesia catlica.
El da anterior, primero de mi condena, haba sido la fiesta de santa Luca, patrona de los ciegos. Era un da especialmente indicado para que alguien tan cegado por el fanatismo empezara su noche oscura de encarcelamiento y su viaje hacia la luz de la liberacin que aquella iba a suponer. Yo estaba ciego, ciertamente, y ajeno a los santos de los das en que el milagro de mi conversin se estaba operando, desconocedor de la intercesin de unos santos de cuya presencia no era consciente, e incapaz de ver la mano de la Providencia en estas coincidencias. No haba ninguna luz en mi oscuridad interior ms all del deseo de una luz que no poda ver. En la paradjica luz de tal oscuridad, no hay palabras que mejor expresen mi situacin en aquel momento que las del propio san Juan de la Cruz:
En la noche dichosa
En secreto, en que nadie me vea,
Ni yo miraba cosa,
Sin otra luz ni gua
Sino la que en el corazn arda.
As fue como me encontr pasando entre los dedos las cuentas de un rosario que alguien me haba dado un da de la semana del juicio. Durante toda mi vida, aquellas cuentas haban sido para m un objeto despreciable, un smbolo de la supersticiosa mariolatra de los papistas. Mi padre se refera a menudo a los catlicos como los pasacuentas. Un da, cuando yo era nio, al llegar del pub, cogi el rosario de mi abuela y lo tir por la ventana diciendo que no quera cuentas papistas en la casa. Mi abuela materna, Margaret Kavanagh, era oriunda del condado de Galway, y mi madre haba llevado el rosario a casa, como recuerdo, cuando muri su madre en 1969. Mi madre nunca us el rosario para lo que se usan los rosarios. De hecho, aunque hubiera querido, no habra sabido cmo rezarlo. Ella y sus ocho hermanos haban sido educados como anglicanos nominales, y no iban a la iglesia ms que a bodas y funerales. Se contaba que mi abuelo haba echado de casa al cura de la parroquia de su mujer poco despus de casarse, porque el sacerdote le haba dicho que tendra que educar a sus hijos como catlicos. Me gusta pensar que mi abuela debi de rezar el rosario a veces, y he odo que de vez en cuando iba a misa. De ser as, debi de tener que ir sola. Todos sus hijos fueron educados, al igual que la mayora de los anglicanos nominales, como agnsticos de facto.
El anticatolicismo que aprend en las rodillas de mi padre se haba hecho ms intenso y ms siniestro mediante mi relacin con los protestantes lealistas de Irlanda del Norte. En los aos anteriores haba viajado al Ulster en numerosas ocasiones, durante lo ms enconado de los disturbios que se cobraran cerca de cuatro mil vidas antes de que se firmara el acuerdo de paz de Viernes Santo en 1998. Yo me haba incorporado a la Orden de Orange, una sociedad secreta anticatlica, y haba confraternizado con miembros de organizaciones terroristas lealistas, como la Asociacin de Defensa del Ulster (UDA) y la Fuerza Voluntaria del Ulster (UVF). Como buen orangista, me saba muchas canciones anticatlicas, incluida una tonadilla sectaria que atacaba el uso del rosario y celebraba el da en que los protestantes derrotaron al rey catlico Jacobo II en la batalla del Boyne en 1690. Resultaba bastante curioso que la msica con la que se cantaba era la de Home on the Range:
Ni Papa de Roma,
ni iglesias oscuras,
ni monjas ni curas,
rosarios ni en broma.
Es 12 de julio
a todas las horas!
S, de rosarios lo saba todo, o eso crea yo. Y, sin embargo, en aquel momento no tuve ningn deseo de emular a mi padre tirando el rosario por la ventana. Nada ms lejos de mi cabeza y mi corazn. Lo que deseaba, ms que ninguna otra cosa, era rezar el rosario, adentrarme en sus misterios. Pero el problema era el muro de ignorancia, aparentemente infranqueable, que me lo impeda. No me saba los misterios del rosario, ni siquiera las oraciones bsicas que lo componen, ni el credo de los apstoles, ni el avemara, ni el gloria, y, aunque me haban enseado el padrenuestro de nio, lo haba olvidado haca tiempo. Pareca, por tanto, que aquellos misterios que anhelaba estaban fuera de mi alcance. Y aun as, sin desalentarme, me puse a manosear el rosario y a mascullar oraciones inarticuladas. Era la primera vez en mi vida que rezaba. Los resultados fueron sorprendentes. Los ojos de la fe empezaron a abrirse y, aunque la visin era ms neblinosa que mstica, una mano empez a acariciar mi endurecido corazn y consigui que se ablandara y se volviera ms maleable. Fui a misa por primera vez en la crcel de Wormwood Scrubs, y segu yendo alguna vez los domingos cuando me trasladaron a Standford Hill, la crcel de Kent en la que cumplira el resto de mi condena.